sábado, 5 de noviembre de 2016

LOS PRIMEROS CRISTIANOS



ORIGEN DEL CRISTIANISMO

Cuando hablamos de cristianismo, damos por sentado que nos estamos refiriendo a la religión cuya doctrina deviene de las enseñanzas de Jesús el Cristo, pero… ¿eso fue así…?

Si hacemos un repaso en la Historia del cristianismo veremos que los primeros cristianos o seguidores de Jesús, mantenían grandes diferencias en sus respectivas doctrinas religiosas, pero sobre todo, las diferencias resultan mayores si las comparamos con las religiones cristianas actuales.

Pero… ¿cómo surgió la definición de cristiano?

La historia del cristianismo primitivo surge a partir de la crucifixión de Jesús, en el año 33 de la era cristiana (aunque Jesús fue crucificado posiblemente entre los 39 y los 40 años de edad).

Recordemos que Yeshúa - Jesús de Nazaret -, (cuyo gentilicio es interpretado erróneamente como natural de la ciudad de Nazaret, cuando en realidad dicha población no existía como tal sino hasta varios años después, ya que a Jesús se le conocía como Yeshúa HaNotzri (nazareno) - Jesús el Nazareno o Nazarita -, en clara referencia a su pertenencia a la secta judía de los nazareos o nazaritas, quienes entre otros votos, tenían el de dejarse el cabello largo, así como la barba), fue condenado por el procurador romano Poncio Pilatos a morir en la cruz, acusado de proclamarse "rey de los judíos", ya que dicha proclamación por parte de Jesús, significaba un claro enfrentamiento al poder del Imperio romano, quien por entonces ocupaba Israel controlando la zona, así como imponiendo al gobernante de turno, por lo que tal atrevimiento por parte de Jesús, debía ser castigado con la pena de muerte.

Por tal motivo, los seguidores de Jesús más cercanos tuvieron que reorganizarse y muchos de ellos huir de Palestina. Tal fue el caso de Myriam de Magdala - María Magdalena - quien además de ser la esposa o compañera (koinonós) y por tanto la reina consorte de Jesús, también estaba embarazada, lo que supondría una continuidad del heredero con derecho al trono de Palestina y por tanto, fuente de mayores conflictos para el procurador romano, así como para el tetrarca de Judea, Herodes Antipas.

Cinco años después de la crucifixión de Jesús, es decir, en el 38 d.C., se producía la conversión al cristianismo de Saulo de Tarso, un fanático y líder religioso hijo de hebreos y que, gracias a haber nacido en Tarso (en la región de Cilicia, situada en la costa sur de la antigua Asia Menor y actual Turquía), disfrutaba de la ciudadanía romana, al igual que su progenitor, lo que le otorgaba una serie de privilegios que no obtendría como simple judío. Su padre, además, le procuró una educación judía bajo la estricta doctrina de los fariseos, lo que le llevó a ser uno de los mayores enemigos y perseguidores de los nazaritas o nazareos (secta judía a la que pertenecía Jesús), debido al odio que les llegó a profesar al no compartir la doctrina y no tolerar los sermones nazaritas cuando predicaban en el templo.

Fue durante una de estas persecuciones a los nazareos y en el camino que llevaba a la ciudad de Damasco, que Saulo dice tener una aparición de Jesús, la cual le hace caer de su caballo (hacía cinco años que Jesús había muerto en la cruz) y a pesar de no haberlo conocido en persona, dice reconocerlo y ser reprendido por Jesús al preguntarle: "Saulo…Saulo, ¿por qué me persigues?". La respuesta de Saulo, a la vez, es muy esclarecedora: "Venciste nazareno".

La palabra nazareno con que Saulo se refiere a Jesús, indica claramente la pertenencia de Jesús a dicha comunidad judía, puesto que él era un fanático religioso fariseo, que hasta entonces sentía odio por los nazareos o nazaritas.

Aquella aparición hizo que Saulo dejase de perseguir a los judíos nazareos, convirtiéndose en uno de los apóstoles más influyentes que después predicarían la venida del Mesías prometido, como la única esperanza y salvación para el hombre, a través de la muerte y resurrección de Jesús, tal como ya había acontecido. Pero para los judíos nazareos, el Mesías prometido, significaba ser el Ungido (el que ha recibido los óleos santos en reconocimiento a su ascendencia sacerdotal y real), el Mesías salvador. Jesús había sido ungido, había muerto en la cruz y había resucitado. Para los nazareos no había duda alguna que Jesús era el Mesías Salvador que los libraría del yugo romano. En cambio, para Saulo, quien a partir de entonces pasaría a llamarse Paulo (San Pablo), la salvación ya se había producido con la muerte y resurrección de Jesús, por lo que el discurso de quien luego sería San Pablo, se diferenciaba del de los otros apóstoles de corte gnóstico, sobre todo, en que la nueva doctrina, el nuevo mensaje consagrado, al que él mismo llamó en griego " Kristos", estaba destinado a todo aquél hombre, rico o pobre, judío o gentil que quisiera aceptarla, diferenciando a un Jesús humano de este nuevo ser al que San Pablo llamó "el Cristo". Esta distinción, así como un discurso diferente al que hasta entonces habían mantenido los apóstoles y seguidores de Jesús, iba a marcar una gran diferencia y distanciamiento. Así fue como a los creyentes en esta nueva doctrina se les empezó a conocer con el nombre de "cristianos". Estos hechos, han permitido ver a San Pablo como el verdadero fundador de lo que hoy conocemos como cristianismo y por tanto, de la Iglesia Católica.
Debido a los diferentes criterios y conceptos expuestos, entre los discípulos y seguidores de Jesús, se producen las primeras discrepancias, como pueden observarse a través de los escritos contenidos en la Biblia y denominados: "Hechos de los Apóstoles" así como en la "Primera carta de Pablo a los corintios" (1- facciones en la comunidad cristiana -1,10-4,21), pero estas diferencias entre los apóstoles y seguidores de Jesús, aún no iban a tener la trascendencia que tiempo después alcanzarían entre los sucesores de los mismos. 


SECTAS CRISTIANAS

Es a partir de la creación de lo que se viene a llamar cristianismo, que se empiezan a producir los primeros enfrentamientos entre las diferentes sectas "cristianas" o seguidores de Jesús el nazarita: por un lado, el inicio de la organización de las diócesis y patriarcados, de las provincias eclesiásticas y de las parroquias. Y por el otro, la difusión del gnosticismo llegaría a su mayor auge.

Esta situación propiciaría el enfrentamiento que ya separaría por siempre a los cristianos paulinos o seguidores de San Pablo, de los cristianos de corte gnóstico, quienes posteriormente serían identificados por la Iglesia Católica con el apelativo de herejes.

Alrededor de mediados del siglo II (aproximadamente en el año 140 d.C.) surgen las primeras diócesis y patriarcados de la Iglesia Católica, a la vez que los primeros cristianos desean conocer más detalles sobre la vida de Jesús, motivando la aparición de diversidad de relatos que, aún cuando algunos de ellos fuesen meras leyendas, la mayoría de ellos hacían clara referencia a las tendencias gnósticas.

Para comprender el motivo que llevó a los cristianos paulinos a rechazar todo escrito o evangelio de corte gnóstico, tendremos que hacer un pequeño repaso por la historia de los siglos I y II y en concreto en lo referente a la "doctrina gnóstica".

Los gnósticos son llamados así en referencia a la palabra griega gnosis, cuyo significado sería "conocimiento". Este conocimiento estaría reservado a iniciados, tal como podemos ver en el evangelio gnóstico de Valentino, un brillante intelectual y teólogo de Roma, quien en los años 140 al 150 d.C. a través de su "Evangelio de Valentino", expuso una singular concepción del mundo material, así como del ser humano en su evolución hacía el camino de la verdadera iluminación y salvación. Esencialmente los gnósticos creían en una deidad dual, representada en dos realidades separadas. La primera, se refería al Ser Supremo del mundo de luz espiritual, trascendental e indefinible, al que también identificaban como el Inefable. La otra realidad, aludía al mundo de lo material y la oscuridad en la ignorancia, donde los seres humanos llevan a cabo su existencia material. Sería a través de la gnosis - el conocimiento - que el ser humano lograría liberarse de los apegos del mundo material, para acceder así al mundo de la luz y la espiritualidad.

Para los gnósticos, la figura de Jesús no representaba al Dios hecho hombre, que llega a sacrificarse muriendo en la cruz, resucitando después, para redimir del pecado a todos los seres humanos, tal como afirmaba la doctrina Paulina, sino que ven en Jesús a un ser excepcional, que lo hacía un hombre espiritual, quien fue dotado de un cuerpo formado con sustancia psíquica, si bien podría ser visto o palpado por los demás, así como sentir el sufrimiento, aunque se libraría de morir, ya que su cuerpo no necesitaría tomar nada de la materia, de la cual nada podría salvar, y quien se presenta como el revelador y portador del conocimiento (gnosis) que les indicará el camino de la salvación a través del espíritu.

Debido al gran auge que el gnosticismo fue adquiriendo en esos momentos, muchos otros prelados eclesiásticos, vieron en estos otros cristianos de corte gnóstico un real peligro para La Iglesia, lo que provocó duros enfrentamientos entre cristianos de una u otra tendencia y que concluyó años más tarde en la persecución de los que serían llamados herejes.

Una prueba de lo anteriormente expuesto, lo encontraremos en los escritos del obispo San Ireneo de Lyon (189 d.C.), en el tratado "contra las herejías", cuyas ideas influirían con mucha fuerza en la elección de los Evangelios que más tarde (Concilio de Nicea en el 325 d.C.) serían reconocidos como "inspirados por Dios", es decir, los cuatro Evangelios Canónicos: Marcos, Mateo; Lucas y Juan; al recomendar su exclusiva lectura, así como rechazar y destruir personalmente otros evangelios de corte gnóstico o apócrifos, como el célebre Evangelio de Judas, del que únicamente se tenían noticias de su existencia, gracias a la referencia que del mismo hace Ireneo de Lyon en su tratado, y el cual no fue descubierto hasta 1978 d.C. por unos campesinos de la localidad de El Minya, en Egipto.

El peligro real del gnosticismo en los siglos I al III, para la Iglesia Católica, ha sido incluso confirmado por el actual Papa Benedicto XVI, quien en una entrevista concedida a Meter Seewald, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, y a la pregunta de si la crisis actual de la Iglesia constituye el mayor desafío que ésta ha tenido que afrontar desde sus inicios, el entonces Cardenal Ratzinger, responde que: "El gnosticismo fue, en efecto, uno de los grandes retos que se hubo de afrontar, ya que originaba una progresiva y lenta deformación en el interior de la Iglesia y en el culto, con la creencia en otras ideologías, mitos e imágenes, que progresivamente fueron debilitando la fuerza de toda la Iglesia sin que apenas se notara...".

Como es sabido, el movimiento gnóstico terminó practicándose en la clandestinidad durante varios siglos y la mayoría de los escritos fueron perseguidos y destruidos.

Las doctrinas cristianas consideradas heréticas por la Iglesia Paulina fueron en aumento, y ya no se trataba solamente de la gnosis implícita en los primeros evangelios apócrifos, aceptada cada vez más por una gran mayoría de creyentes y seguidores, sino que las discrepancias existentes entre las diferentes doctrinas cristianas, se debían en su mayor parte, a matices de distinta interpretación de los textos sagrados.

Así tendríamos que entre las primeras doctrinas cristianas consideradas heréticas y que emergen entre el II y III siglo d.C., aparecen como las más representativas las conocidas con los nombres de: Milenarismo, Montanismo y Monarquianismo.

El Milenarismo se consideraba una doctrina cristiana, calificada como herética por la iglesia Paulina, según la cual, Jesucristo, volvería a la Tierra en una segunda venida y cuyo reinado duraría mil años, antes de que se produjese el combate final contra el Mal, donde el Diablo sería condenando a no tener potestad alguna sobre la Humanidad por toda la eternidad. En dicho tiempo se produciría el Juicio Final.

Esta doctrina milenarista se mantuvo durante varios siglos y aún hoy día podemos observar como existen diversos grupos (iglesias evangélicas fundamentalistas) o sectas religiosas cristianas que, de alguna manera, siguen creyendo en el Juicio Final y los signos de los últimos tiempos de los que se hablan en el Apocalipsis de San Juan, de una manera similar a como lo entendían los milenaristas, existiendo diversidad de personajes que se presentan como profetas que anuncian el final de los tiempos y la nueva llegada de Jesucristo como el Salvador de la Humanidad.

Otra figura que aparece en el Apocalipsis de San Juan y a la que aún hoy día se le ha intentado identificar con determinados personajes de cierta relevancia a nivel mundial, es la alusión que se hace al falso Mesías, a quien también se le identifica como el Anticristo.

Durante toda la historia del Cristianismo, diferentes escritores eclesiásticos, han intentado identificar al Anticristo con determinados gobernantes o incluso papas, como fue el caso del emperador romano Nerón, a quien inicialmente se le suponía iba dirigido el calificativo, o en las manifestaciones que hiciera Martín Lutero, reformador religioso alemán, en cuyas enseñanzas se inspiró la Reforma Protestante, y quien identificó a la figura del Papa con el Anticristo.

La doctrina del milenarismo produjo que, en la época correspondiente a la Edad Media y Edad Moderna, apareciesen gran cantidad de "profetas", sobre todo frailes, quienes anticipaban la nueva llegada de Cristo de acuerdo al Apocalipsis de San Juan. Entre las profecías más impactantes y que aún hoy día son objeto de estudio y análisis, tenemos las Profecías de San Malaquias, unos textos publicados en 1.595, si bien fueron escritos durante el siglo XII, por el que fuese arzobispo católico de Irlanda, San Malaquías, quien además, fuera íntimo amigo de San Bernardo de Claravall, el fundador de la Orden del Cister y promotor de la Orden de los Caballeros Templarios. De estas profecías, la más famosa es la conocida como Profecía de los Papas, sobre todo por su carácter apocalíptico, ya que fija la fecha en que debería producirse el fin del mundo, mediante una larga lista de 111 papas (incluidos los llamados antipapas), cuyos nombres son identificados a través de alusiones alegóricas, frases o lemas con los que son reconocidos y que van desde el Papa Celestino II (1143 - 1144), hasta el que sería el supuesto último Papa, y al que identifica con el nombre de "Pedro el romano" y que algunos sugieren pueda tratarse del Papa siguiente al que actualmente ocupa la silla de San Pedro, Benedicto XVI.

Pero la facultad de profetizar no iba a limitarse solamente a los creyentes milenaristas. Así, coetáneamente a éstos, apareció el movimiento conocido como montanismo, un movimiento cristiano considerado herético por la Iglesia Paulina, fundado en el Asía Menor, en la región de Frigia (actualmente en Turquía) durante el siglo II por el autoproclamado profeta Montano, un ex sacerdote de la diosa Cibeles, convertido al cristianismo, quien con la colaboración de dos profetizas, llamadas Maximila y Priscila (quienes abandonaron a sus respectivos esposos para unirse a Montano), anuncia el inicio de una nueva era en la Iglesia Cristiana, a la que denomina "Era del Espíritu", por estar auto-convencido de que ha sido elegido y enviado directamente por el Espíritu Santo.

Los montanistas anunciaban una segunda venida de Cristo de forma inminente, por lo que un alejamiento del estado de gracia, al producirse un pecado mortal, no podría ser redimido. Entre las particularidades más extremas de dicho movimiento religioso, estaban las de rechazar las segundas nupcias, ya que consideraban que el segundo matrimonio ya no era un sacramento, sino otra oportunidad de obtener placer; imponer la práctica del ascetismo y lo que resultaba más extremo: no eludir en ningún caso la persecución de que eran objeto por entonces los cristianos, por parte de los romanos, aceptando de buen grado el martirio.

Esta situación de persecución por parte del Imperio Romano contra los cristianos, provocó que el movimiento montanista ganase adeptos entregados sobre todo a la anunciada segunda venida de Cristo y final de los tiempos, por lo que desechaban todo lo mundano. Dos años después de la muerte de Montano, alrededor del año 177 d.C., la jerarquía de la Iglesia Paulina, viendo el gran potencial de adhesiones que estaba obteniendo el montanismo, excomulgó a todos los miembros de dicho movimiento, pasando a ser una secta cristiana separatista de la Iglesia Paulina. A pesar de ser un movimiento que alcanzó gran influencia, en el siglo VI se extinguió por completo.

El monarquianismo sería la doctrina cristiana considerada también herética por la Iglesia Paulina que se oponía al dogma de la Trinidad, ya que no reconocía más que a una única persona en Dios, considerando que Jesús era un ser humano, aunque emanado del Dios Padre, lo que justificaría y haría aceptable su nacimiento sobrenatural de la Virgen María.

Dentro del monarquianismo o monarquismo, coexistían tres variantes:

- Los modalistas, quienes creían que la Trinidad formada por el Padre, Hijo y Espíritu Santo, en realidad era la manifestación de Dios como una única realidad divina, por lo que Jesucristo pasaría a ser otra entidad enviada por Dios ( encarnación del Logos divino) para transmitir su mensaje.

- Los patripasianos, quienes afirmaban que era el mismo Dios Padre el que se encarna, sufre y padece en la cruz.

- Los adopcionistas, quienes afirmaban que Jesús era un hombre, un ser humano normal quien sólo recibió el Espíritu Divino, y por tanto, elevado a una dignidad similar a la de Dios, una vez que resucitó y ascendió a los cielos.

Además de las herejías ya mencionadas, así como otras que abordaremos más delante de forma separada, en el siglo III se iba a producir otro tipo de confrontación; en este caso, nos referiremos a las escisiones o cismas producidos dentro de la misma Iglesia, debidos en su mayor parte a un desacuerdo en el rigor y las aplicaciones de las penitencias.


EDICTO CONTRA LOS MANIQUEOS Y PERSECUCIÓN DE LOS CRISTIANOS

La situación de agitación política, así como las convulsiones que se estaban produciendo en el Imperio Romano, iban a acarrear graves consecuencias para el mundo cristiano. Es por ello que, en el año 297 d.C., el emperador Diocleciano , quien había accedido al poder en el año 284 d.C., promulga un edicto contra el maniqueismo , una nueva doctrina gnóstica, fundada por Mani , que estaba tomando gran auge y a la que el emperador Diocleciano ve como un peligro para la estabilidad del Imperio Romano, ya que, lo novedoso en cuestión de religión no estaba bien aceptado por los romanos, tal como justificaría Diocleciano en su Edicto contra los maniqueos, por ser "religio nova et inopinata" y sobre todo, porque provenía de Persia, el país enemigo "de Persica adversaria nobis gente progressa", lo que sin duda representaba una de las principales causas al decir: "surgió de nuestra enemiga, la nación Persa, por lo que es de esperar que sus sectarios hagan todo lo posible por corromper, con sus abominables costumbres e infames leyes, la natural inocencia y prudencia de la nación romana", además de que, para Diocleciano, se trataría de una cuestión totalmente política, ya que, tal como afirmó, cualquier novedad en materia religiosa, representaría una subversión del orden establecido, sin tener en consideración las diferencias doctrinales que pudiesen existir entre las diversas religiones o sectas cristianas.
Busto de Diocleciano


Las penas que se aplicaron fueron muy duras, sobre todo a los máximos representantes y seguidores más cercanos, llegando a imponérseles la decapitación y a morir quemados en la hoguera.

Los maniqueos eran dualistas, tal como indicaba la doctrina gnóstica, creyendo que el espíritu existente en el hombre pertenecía a Dios, mientras que el cuerpo físico pertenecía al demonio, por lo que dicha situación provocaría una eterna lucha entre los dos principios que se oponen, el bien y el mal, y que eran asociados a la luz, en el caso del bien, (identificado también con el nombre del dios persa Ormuz) o a las tinieblas, en el caso del mal, (identificado en este caso con el dios del mal, Ahrimán). Por tanto, según la doctrina del maniqueismo, Dios era el creador de todo lo bueno y Satanás sería el creador de todo mal.

Esta convicción, llevaba a los maniqueos a creer que el espíritu del hombre se encontraba prisionero del cuerpo físico o material, por lo que estaban convencidos que sería necesaria la práctica de un estricto ascetismo, con el fin de conseguir la liberación del espíritu atrapado en el cuerpo físico o material. A tal efecto, despreciaban todo lo mundano, incluyendo el cuerpo físico o material del hombre. Mani basaba su nueva doctrina, en la creencia de que la salvación podía lograrse mediante la educación, la negación de uno mismo, el ayuno, el vegetarianismo y la castidad.

Los maniqueos se distinguían entre "oyentes" (los adeptos más próximos) y los "elegidos" (el grado superior). Creían en la reencarnación, y esta se produciría de forma sucesiva hasta que el "oyente" se reencarnase como "elegido", momento en que ya no sería necesario volver a reencarnar.

Para los maniqueos, Jesús era el hijo de Dios y a diferencia del dogma de la Iglesia Católica, él había venido a la Tierra para salvar su propia alma, ya que tanto Jesús, como Buda y otras muchas figuras religiosas, habían sido enviados a la Tierra para ayudar a la humanidad en su liberación espiritual. La doctrina dualista y la no aceptación de Jesús como Dios hecho hombre, sería la mayor herejía por la que la Iglesia Católica condenaría al maniqueismo.

Busto del emperador Constantino I El Grande

Pero Diocleciano no iba a contentarse solamente con la condena y persecución de los maniqueos, por lo que seis años después, el 23 de febrero de 303 d.C., lanza el primero de una serie de edictos y disposiciones contra los cristianos, en el que se ordena la clausura de la totalidad de las Iglesias cristianas y la confiscación de los libros sagrados, así como de los cementerios cristianos y demás propiedades. A partir de ese momento, daría comienzo la que iba a suponer la última y una de las mayores y más crueles persecuciones cristianas llevada a cabo por Roma.

Durante el transcurso de todo el año de 303, las penas fueron cada vez más duras, si bien, Diocleciano, aún no había contemplado la pena capital para los cristianos. Es a partir del siguiente año, en la primavera del 304 d.C. cuando Diocleciano, emite un cuarto y último edicto por el que los cristianos son obligados a realizar públicamente un sacrificio y ofrenda a las divinidades romanas, mediante una libación (ofrecer vino o aceites a los dioses romanos, vertiéndolo sobre el altar) bajo pena de muerte para quien no lo hiciere. De esta manera, Diocleciano, convertía un tema religioso, en un asunto político y de estado, con lo que le resultaba más fácil justificar la persecución cristiana, ya que en la época en que se llevó a cabo, la religión cristiana ya estaba muy extendida y aceptada entre los romanos, así como entre familias muy influyentes.

EDICTO DE MILÁN

Una década después de la cruenta persecución de que fueron objetos los cristianos por parte de Diocleciano, llegaría lo que se vino a llamar la Paz de la Iglesia, un periodo en el que, el propio emperador romano, y que no era otro que Constantino I el Grande , iba a oficializar al cristianismo. Veamos como ocurrió.

La renuncia de Diocleciano en el 305 d.C. del cargo de augusto de Oriente, tal como había sido establecido en la tetrarquía, una vez cumplidos los 20 años de mandato, obligaba también a que renunciase al cargo el otro augusto de Occidente, Maximino.

Cuando ambos abdicaron, les sucedieron al trono los dos cesares que habían sido nombrados a tal efecto, por lo que Diocleciano fue sucedido por el cesar Galerio y a Maximino le sucedió Constancio Cloro en el Imperio de Occidente. No obstante, Constancio falleció al cabo de un año (julio del 306) debido a una enfermedad que contrajo durante una expedición contra los pictos en Caledonia (actual Escocia), por lo que le sucedió en el cargo su hijo Constantino, al ser aclamado por las tropas leales a su padre como augusto (emperador), en vez de sucederle el cesar Severo II, tal como había sido dispuesto por los emperadores. A partir de ese momento y durante 18 años, Constantino, se enzarzó en diferentes batallas, con el fin de consolidar, por un lado, su posición de co-emperador junto a Galerio, y más tarde, luchando por conseguir la jerarquía única de un Imperio Romano reunificado. Fue así como, en el año 312 d.C., en la célebre batalla del puente Milvio, se impone a Majencio, (el cesar que había usurpado el trono a Severo II, después de varias conspiraciones) haciéndose con el control de Roma. Ya sólo le faltaba obtener el control de la otra mitad del Imperio, la que estaba bajo el mando de Licinio, y que conseguiría por fin en el año 323 d.C. en la batalla de Adrianópolis. Ya desde ese momento, hasta el día de su muerte, producida el 22 de mayo de 337 d.C. en Ancycrona (actual Turquía), Constantino, ejercería como único emperador.

En junio del año 313 d.C. los emperadores de Oriente y Occidente, Licinio y Constantino, se reúnen en Milán y acuerdan promulgar un edicto, al que se conoce como Edicto de Milán o La tolerancia del cristianismo. En dicho edicto, se establece la libertad de religión en el Imperio Romano, por lo que se da por finalizadas las persecuciones que hasta entonces se habían producido contra los cristianos u otras sectas religiosas.

El edicto de Milán supondría por fin el reconocimiento oficial del cristianismo, permitiendo la expansión de la que posteriormente vendría a llamarse Iglesia Católica, a la que devolvió todas las propiedades confiscadas durante la persecución y que habían sido vendidas a particulares, lo que iba a producir, además, profundos cambios en el seno del Imperio Romano. Las copias de las constituciones imperiales de Constantino y Licinio, traducidas del latín al griego dicen:

"Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión..." "...que a los cristianos y a todos los demás se conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle".


EL CONCILIO DE NICEA

Con la victoria conseguida por Constantino sobre Licinio en el año 323 d.C. en la batalla de Adrianópolis, éste pasaba a ser el único emperador del Imperio Romano, por lo que para evitar posibles rebeliones y usurpaciones, buscó la manera de conseguir la unificación del Imperio. A tal fin, pensó que una buena manera de alcanzar la consolidación, sería consiguiendo también la unificación de las distintas sectas cristianas, las cuales estaban adquiriendo gran aceptación entre el pueblo, pero que, debido a las continuas disputas religiosas que mantenían entre ellas, la unidad del Imperio se veía amenazada.

Es así como el emperador Constantino, con el objetivo claramente político de evitar la posible desunión del Imperio, el 20 de mayo de 325 d.C., fecha de la conmemoración de la victoria contra Licinio, convoca a los obispos cristianos a una asamblea en Nicea, lugar escogido para su propia comodidad, ya que se trataba de una ciudad muy próxima a la residencia del emperador en Nicomedia, (la actual Izmit en Turquía) con la intención de que los obispos cristianos dirimieran sus diferencias y unificasen sus creencias en una única doctrina.

Constantino con los obispos en Nicea

A dicha asamblea o concilio, que después sería conocido como el primer concilio ecuménico o universal, acudieron poco más de 300 obispos llegados de todas partes, cuyos gastos fueron sufragados totalmente por Constantino, así como toda una serie de atenciones y prebendas que el emperador iba a otorgar a la Iglesia Católica, con el fin de conseguir la aceptación y aprobación por parte de los obispos que, hasta hacía escasamente 12 años, habían sido causa de castigos y persecuciones, algunos de los cuales, incluso, hacía poco tiempo que habían sido excarcelados.

Con esta premisa, quedaba claro y patente que las verdaderas intenciones de Constantino, nada tenían que ver con la religión, ya que, fuera de toda lógica, en vez de ser un concilio convocado por los obispos (en este caso le hubiese correspondido al Papa San Silvestre I), fue convocado por el emperador romano, quien paradójicamente era pagano, adorador del "Solis Invictus" (Sol Invicto) y, contrariamente a lo que generalmente se venía aceptando, no se convirtió al cristianismo sino hasta poco antes de morir, cuando ya se encontraba en el lecho de muerte, siendo bautizado por el obispo arriano Eusebio de Nicomedia , quien se había manifestado como un seguidor incondicional de la doctrina de Arrio.

Pero el escollo más importante iba a producirse al discutir al respecto de lo que se había venido en llamar la "controversia arriana". Este asunto iba a enfrentar de manera definitiva e irreconciliable a los seguidores de la doctrina arriana con los que después serian conocidos como trinitarios, si bien en el concilio existían diferentes posturas al respecto.

Por un lado, estaban los seguidores más incondicionales de Arrio, representados por el obispo Eusebio de Nicomedia, puesto que el mismo Arrio, no tenía derecho a asistir al concilio ni a participar en las deliberaciones, ya que estaba reservado a los obispos de las distintas sedes y él, por entonces, no era más que un presbítero de Alejandría. Eusebio de Nicomedia, estaba seguro de que una vez expusiera su punto de vista a la asamblea, ésta lo aceptaría sin más dilación y así podría reivindicar a Arrio, quien había sido condenado anteriormente por Alejandro el obispo de Alejandría.

Por otro lado, estaban los que se oponían totalmente a la doctrina de Arrio, por considerar que dicha doctrina ponía en peligro los fundamentos de la fe cristiana, por lo que era necesario condenarla. El principal representante de este grupo no era otro que el obispo Alejandro de Alejandría, acompañado por un joven diácono que más tarde tomaría la causa contra Arrio como una de las mayores herejías. Se trataba de Atanasio , el que luego sería considerado como uno de los más famosos y grandes cristianos del siglo IV.

En otro grupo, estaban los obispos de occidente, quienes tenían claro que la doctrina trinitaria ya había sido resumida en el enunciado realizado tiempo atrás por Tertuliano, quien había formulado que, la Trinidad, estaba compuesta por una sustancia y tres personas.

Aún quedaban algunos obispos aislados, que propugnaban la doctrina "patripasionista", aquella según la cual, el Padre y el Hijo son una misma persona, por lo que quien sufrió en la cruz no sería otro que el Padre.

Pero para el resto de los obispos asistentes, que eran la mayoría, estas discusiones y enfrentamientos entre los diferentes seguidores de una y otra doctrina representaba un peligro real, que amenazaba con dividir de nuevo a la Iglesia Cristiana. Situación que querían evitar, por lo que mantenían la esperanza de que se produjese una reconciliación entre el obispo Alejandro y Arrio.

En dicho ambiente de predisposición a la reconciliación, Eusebio de Nicomedia, que representaba a los seguidores del arrianismo, tomó la palabra y pasó a exponer la doctrina arriana, con el convencimiento de que, al prestarle atención los demás obispos, se darían cuenta de que el planteamiento era correcto y darían por finalizada la polémica, aceptando la doctrina arriana como correcta.

Al contrario de lo que había imaginado Eusebio, el resto de los obispos allí presentes, entendieron que lo que Eusebio manifestaba al respecto de que, el Hijo o Verbo, no era más que una criatura, era un atentado contra lo más profundo y fundamental de su fe, por lo que varios obispos, puestos en pie, empezaron a gritar y proferir insultos hacia Eusebio de Nicomedia. Así, a los gritos de "¡blasfemia!, ¡herejía!, ¡mentira!, que cada vez fueron en aumento, Eusebio de Nicomedia, no tuvo más remedio que callar y retirarse, ya que incluso, algún exaltado llegó a arrebatarle su discurso de las manos, rompiéndolo en pedazos y tirándolo al suelo mientras era pisoteado.

A partir de ese momento, la predisposición de concordia que se esperaba conseguir, se convirtió en una condena unánime hacia la doctrina arriana que Eusebio de Nicomedia acababa de exponer.

A fin de dejar claro cual era la doctrina que la Iglesia Católica profesaba, la cual debería ser aceptada por todos y para evitar otras interpretaciones, como ya ocurriese con los arrianos, se decidió componer un credo que expresase la fe de la Iglesia en lo tocante a todas las cuestiones que se estaban debatiendo.

Tras diversas deliberaciones al respecto, con el fin de encontrar una formula idónea que designara la relación existente entre la figura del Dios Padre y el Hijo, el emperador Constantino, hizo su aportación personal, sugiriendo que a tal fin se incluyese la palabra "consubstancial", cuyo significado vendría a decir que estaba hecho de la misma substancia.

Este matiz, intentaba dar una respuesta a todas las discrepancias suscitadas al respecto de la condición del Hijo con relación al Padre, donde los arrianos afirmaban que el Hijo o Verbo era una criatura, el cual había sido creado de la nada, igual como ocurriese con la creación, por lo que la nueva palabra "consubstancial" le otorgaba otro significado, al añadir que el Hijo no había sido hecho de la nada, sino que era consubstancial al Padre.

Con esta nueva definición, se compuso lo que luego sería conocido como el "Credo Niceno" y que vendría a decir lo siguiente:

"Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles.
 Creemos en nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Creemos en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la Iglesia Católica."

Esta composición inicial, con el tiempo sufrió diversas transformaciones, añadiéndosele diversas cláusulas y eliminando la parte final que hacía referencia a los anatemas, siendo el credo cristiano que actualmente está más aceptado universalmente.

Si analizamos el contenido del Credo de Nicea, observaremos que el propósito de usar la fórmula "Engendrado, no hecho, consubstancial al Padre", así como las frases donde dice: "Dios de Dios, Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero", es el de excluir cualquier significado o doctrina que, en algún sentido, diese a entender que el Verbo o Hijo fuese una criatura.

Así pues, con este nuevo credo, la mayoría de los obispos asistentes al concilio de Nicea, se sintieron satisfechos, procediendo a su firma, si bien los que no se mostraron conformes, entre los que se encontraba Eusebio de Nicomedia, se negaron a firmarlo, lo que provocó que fuesen condenados por herejía allí mismo y depuestos de sus cargos. A todo esto, el emperador Constantino, ordenó que todos los obispos depuestos y declarados herejes, así como sus seguidores, abandonaran sus ciudades, sentenciándolos al exilio, estableciéndose el primer precedente donde el estado interviene, con el fin de asegurar la universalidad y ortodoxia de la Iglesia Católica.

CONSECUENCIAS DEL CONCILIO DE NICEA

Esta nueva Iglesia surgida a partir del Concilio de Nicea, se convirtió en un aparato de poder del estado, imponiendo la ortodoxia que debería seguirse en el nuevo culto a la doctrina católica ya que, como veremos, si bien el emperador Constantino se sirvió del cristianismo para conseguir la unidad en el Imperio, no es menos cierto que la jerarquía eclesiástica aceptó con complacencia todos los cambios que Constantino introdujo en el culto religioso católico, llevados a cabo con la idea de que, al introducir cultos paganos en la nueva religión del estado, los súbditos paganos, entre los que se encontraba él mismo, aceptarían más fácilmente la introducción de la nueva religión católica.

Entre los cambios más importantes que Constantino efectúa en la liturgia católica, con el fin de atraer a los paganos, cabe destacar la práctica que lleva a cabo al destinar un templo en exclusiva para el culto a un santo en particular (adoración de imágenes), la introducción de cánticos, como era el Kyrie Eleison, o la quema de inciensos y plantas aromáticas, el uso de lámparas de aceite y velas, la utilización del agua bendita, la tonsura sacerdotal, el anillo de bodas, fijación de las fiestas religiosas y procesionales (la fecha del 25 de diciembre, que se correspondía con el solsticio de invierno y que era festejada como la fiesta del Solis Invictus, del que Constantino era adorador, pasó a ser el día de la Natividad del Señor, una efemérides que antes nunca había sido festejada por los cristianos), así como la utilización de prendas y vestimentas sacerdotales suntuosas, por poner un ejemplo, tal como explicase Eusebio de Cesárea en sus escritos y fuese recogido por el cardenal católico J. H. Newman, en su libro "An Essay on the Development of Christian Doctrine, pp. 359, 360".

Como contrapartida, y a fin de contentar a la jerarquía eclesiástica, Constantino otorga una serie de prebendas y privilegios a la Iglesia Católica, como el derecho de asilo, la capacidad de heredar de terceros, la exención de pagar impuestos o percibir ingresos dinerarios por el alquiler de inmuebles, son sólo algunos de los ejemplos más destacables.

Constantino ostentaba el título de "Sumo Pontífice" en la religión pagana del Solis Invictus de la que era el jefe supremo, y a fin de seguir manteniendo dicho título en la nueva Iglesia del Imperio, se hizo nombrar "obispo de obispos" en el Concilio de Nicea. Después de la muerte de Constantino, el título de "Sumo Pontífice" fue heredado y desde entonces es ostentado por los Papas.

Después de contemplar todo lo sucedido, resulta menos que sorprendente y extraño observar como, aquellos cristianos, que tan sólo una década antes habían sido perseguidos por el emperador Diocleciano, sufriendo todo tipo de tormentos a causa de su fe, ahora permitieran de una manera tan evidente, que un emperador pagano, llevara a cabo un sincretismo religioso que nada o poco tenía que ver con el mensaje de Jesús, haciendo que la religión que hasta entonces había sido perseguida por el imperio, pasase a perseguidora de otras doctrinas cristianas que no comulgaban con la nueva Iglesia del imperio, como ocurriese con las sectas de los Novacianos, Donatistas o Montanistas por poner un ejemplo, y a los que se les presionó mediante la confiscación de sus bienes, que tal como indicaría la Iglesia Católica, pasarían a manos de la Iglesia "verdadera", negándoseles el derecho de reunión y de culto, y llegando hasta la persecución y el destierro.

En el Concilio de Nicea, la nueva Iglesia Católica, sienta las bases de su doctrina a través de los cuatro evangelios seleccionados, que formarán parte del canon, que hasta entonces era inexistente, así como se apoya en el pasaje del evangelio de Mateo, donde presuntamente Jesús confiere a Simón-Pedro la supremacía de la Iglesia, al identificarlo con la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia, donde dice: "Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo,16, 18).

Curiosamente, el evangelio de Mateo, es el único que menciona dicho pasaje al respecto de que Pedro sea la piedra sobre la que Jesús fundará su Iglesia, ya que tanto en el de Marcos, como en el de Lucas, (que junto al de Mateo, son los tres sinópticos) no se hace ninguna referencia, a pesar de narrar el mismo episodio y en cambio, si recogen el duro rechazo que Jesús hace a Pedro (Marcos, 8, 27-31; Lucas, 8, 18).

Todo ello haría indicar que se tratase de una lectura interesada y partidista, ya que no es ese el mensaje de Jesús, (suponiendo que dicho pasaje no hubiese sido manipulado) tal como puede desprenderse de la lectura de otro pasaje posterior, donde Jesús, reprende inmediatamente a Simón-Pedro por las palabras de éste, diciéndole: "Entonces Él (Jesús), volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres"(Mateo,16, 23).

Jesús hablaba de una Iglesia espiritual, por eso reprende a Simón-Pedro, cuando éste le pide que no acuda a Jerusalén, donde tal como profetizó Jesús, padecería sufrimiento y le darían muerte.

El pasaje de Mateo,16, 18, que hasta entonces no había sido entendido en la forma como ahora lo hacía la Iglesia Católica en el Concilio de Nicea, (además de que solamente aparecía en dicho evangelio) iba a servir como justificación de la supremacía del obispo de Roma sobre el resto de las iglesias, pretendiendo un principio dinástico de la sucesión en el trono de Pedro.
Si analizamos la figura de Simón-Pedro, veremos que mientras estuvo junto a Jesús, su papel se correspondería mejor con el de un "guardaespaldas" del propio Jesús, que con el de un piadoso apóstol o evangelista, y me explico:

Si repasamos los acontecimientos ocurridos en el Monte de los olivos, en el huerto de Getsemaní, observaremos como Simón-Pedro, se queda dormido mientras Jesús estaba orando, momento en que se produce el arresto de Jesús, por lo que Pedro, intentando exculparse del error de no haber cuidado del Maestro, como era su obligación, procede a desenvainar su espada (¿Un apóstol con una espada?) cortando de un tajo la oreja a uno de los criados de los sacerdotes fariseos, que habían venido junto a los soldados del templo a detener a Jesús (Mateo, 26, 40 ; Juan, 18, 10).

           Jesús orando en Getsemaní - Andrea Mantegna            

En el pasaje del evangelio de Mateo, donde Pedro le pide a Jesús que no vaya a Jerusalén, vemos que Pedro sigue actuando como alguien que tiene la misión de cuidar de Jesús y si, a todo ello, añadimos que Pedro iba armado con espada, no es difícil deducir que la actuación de Pedro estaba más de acorde a la de un "guardaespaldas" de Jesús, que con la de un apóstol piadoso. El Concilio de Nicea representaba una ruptura total con el concepto original que los cristianos tenían de Iglesia, donde el significado aceptado, hacía referencia a una "asamblea de fieles". En el Concilio de Nicea, se descalificaron decenas de evangelios que, desde el origen del cristianismo y hasta entonces, habían sido aceptados y adoptados por las distintas comunidades cristianas, quienes tenían el derecho de poder decidir por si mismas que textos aceptar y como interpretar los evangelios. Ahora, todos esos conceptos habían cambiado.

Los nuevos dogmas e imposiciones realizadas en el Concilio de Nicea, no pusieron fin a la controversia arriana, por lo que desde el exilio, tanto Eusebio de Nicomedia como Arrio, continuaron defendiendo su doctrina, a la vez que, Eusebio de Nicomedia, conseguía acercarse al emperador Constantino, con quien mantenía un lazo de parentesco, por lo que al cabo de un tiempo, el propio emperador permitió que tanto a Eusebio de Nicomedia como al propio Arrio, les fuesen condonadas las penas de destierro, llegando a ordenar al obispo de Constantinopla que admitiera al hereje Arrio a la comunión. Mientras el obispo de Constantinopla debatía si debía obedecer al emperador o a lo que le dictaba su conciencia, sucedió que Arrió apareció muerto (posiblemente asesinado por envenenamiento) un día antes del plazo dado por Constantino para que fuese aceptado de nuevo en la comunión.

No obstante, y a pesar de que la religión católica era la religión protegida por el emperador y por tanto la religión oficiosa del imperio, en realidad no llegó a ser confirmada como la religión oficial, sino hasta el año 380 d.C., bajo el mandato del emperador Teodosio.


EVANGELIOS CANÓNICOS Y EVANGELIOS APÓCRIFOS

Pero el tema de la controversia arriana no iba a ser el único hecho trascendental que se iba a tratar en el concilio de Nicea. Así, por primera vez, se iba a decidir de forma oficial para la Iglesia Católica, cuales iban a ser las escrituras consideradas válidas y por tanto sagradas, en las que todo cristiano debería apoyar su fe y cuales deberían ser objeto de total rechazo, a la vez que serían calificadas de herejía y por tanto, prohibidas por la Iglesia Católica.

Desde mediados del siglo II, (alrededor del 180 d.C.) el obispo Ireneo de Lyon, ya había manifestado su preferencia por determinadas escrituras cristianas a las que se las llamó evangelios , indicando que los únicos que deberían ser considerados inspirados por Dios, fuesen los evangelios atribuidos a Marcos, Mateo, Lucas y Juan, justificando para ello que tenían que ser cuatro, ni uno más, ni uno menos, de igual forma que cuatro son los puntos cardinales (una justificación y razonamiento muy personal de Ireneo), por lo que el resto de los manuscritos (conocidos como evangelios apócrifos), deberían ser destruidos.

En este concilio de Nicea, por fin se iba a producir lo que el obispo Ireneo tanto había anhelado. Por un lado, se dispuso que los cuatro evangelios que iban a formar parte del Canon de la Iglesia Católica, atribuidos a Marcos, Mateo, Lucas y Juan, serían los únicos verdaderos e inspirados por Dios y por tanto, los únicos que podrían ser leídos en las iglesias. Y por otro, que todos los restantes manuscritos, serían considerados como herejía, por lo que serían destruidos. Los correspondientes a Marcos, Mateo y Lucas, también son llamados evangelios sinópticos, por contener grandes semejanzas entre si, mientras que el cuarto, atribuido al apóstol Juan, está considerado con un estilo más cercano al gnosticismo, a la vez que muestra un mayor detalle en la descripción de los hechos narrados, así como una prosa más poética.

Aunque no existe un consenso al respecto de las fechas en que fueron escritos los evangelios, se cree que fueron redactados durante la mitad del siglo I hasta principios del siglo II, tal como expone Raymond E. Brown, en su libro An Introduction to the New Testament, donde viene a indicar que el evangelio atribuido a Marcos, quien fuese discípulo de Pedro, posiblemente fue escrito entre los años 68 al 73 d.C., es decir, es el evangelio que presentaría una edad más temprana. El evangelio atribuido a Mateo, quien habría sido apóstol de Jesús, se cree que habría sido redactado entre el año 70 al 100 d.C. El atribuido a Lucas, médico de origen sirio y discípulo de Pablo de Tarso, sería redactado entre el año 80 al 100 d.C. y el más tardío de todos, el atribuido a Juan, el apóstol amado de Jesús, habría sido redactado entre el año 90 al 110 d.C.

De los cuatro "supuestos" autores, sólo Mateo y Juan habrían conocido al Maestro, pero aún así, al revisar los acontecimientos, se producen ciertas incongruencias. Si el evangelio atribuido a Mateo, fue el que redactó el apóstol de Jesús… ¿Cómo es que aparece más tarde que el que redactó Marcos, el discípulo de Pedro, quien no había conocido a Jesús y vivió con posterioridad a ambos? Y lo más extraño… ¿Cómo es que contiene tantas semejanzas con el evangelio de Marcos, si Mateo vivió antes que éste? Con el evangelio de Lucas ocurre otro tanto. Lucas era discípulo de Paulo de Tarso, por tanto, además de que no conoció a Jesús, era mucho más joven que los anteriores, por lo que la redacción del evangelio, sólo la podría haber llevado a cabo gracias a los comentarios recibidos de su maestro Pablo, quien por otro lado, tampoco llegó a conocer a Jesús, y en vista de la gran semejanza con los anteriores evangelios de Marcos y de Mateo, es casi seguro que se tratase de una copia adaptada o sincretismo de ambos. Ya para acabar, nos queda el evangelio atribuido a Juan, el apóstol amado de Jesús. ¿Realmente lo escribió Juan? La lógica nos dice que no es lo más factible, además de presentarse la situación cargada de grandes incongruencias, ya que, en el caso de haber sido Juan el autor del cuarto Evangelio, éste habría sido redactado en la isla griega de Patmos (Mar Egeo) hacia el año 110 d.C., cuando en esa fecha, lo más probable es que Juan el Evangelista ya no estuviera vivo. 

Por todo lo expuesto, resulta evidente que los autores de los Evangelios Canónicos no habrían podido ser los personajes mencionados ya que, en todo caso, habrían sido las palabras o enseñanzas recogidas por otros (autores anónimos), haciendo referencia a lo que dichos discípulos y apóstoles habrían manifestado durante su evangelización. Otro hecho que avala lo expuesto, es que los evangelios que se conservan actualmente son copias de los originales, cuyos autores son anónimos y no existe una total seguridad de que no hayan sufrido algún tipo de manipulación. Pero, ¿Por qué son aceptados unos evangelios y otros no?

En la actualidad, cuando se hace referencia al respecto de la validez de los evangelios apócrifos, se suele aludir a que éstos, fueron redactados muy posteriormente a los Evangelios Canónicos y que por tanto, fueron escritos con la única intención de oponerse a la religión oficial del Imperio Romano, por sectas de corte gnóstico. Personalmente, creo que la memoria les juega una mala pasada, e intentaré explicarme:

Es gracias al obispo Ireneo de Lyon, que tenemos constancia de la existencia de un manuscrito apócrifo, conocido como "el Evangelio de Judas", al que hace referencia en su escrito "contra las herejías", en el apartado 4.1.4 sobre la secta de los cainitas (seguidores de Caín), donde alude a dicho libro, al que califica de herejía y al que se refiere en los siguientes términos:

"Y dicen que Judas el traidor conoció estas cosas y que solamente por haber conocido antes que los otros la verdad, consumó el misterio de la traición. Por él dicen, además, que fueron disueltas todas las cosas, celestiales y terrenas. Y aducen una ficción de este estilo, dándole por nombre Evangelio de Judas"

"11,9. Siendo así las cosas, dan muestras de vanidad, ignorancia y atrevimiento, aquellos que destrozan la forma del Evangelio, y que o aumentan o disminuyen el número de los Evangelios: algunos lo hacen para presumir de haber encontrado algo más de la verdad, otros para condenar las Economías de Dios".

No es hasta el año de 1.978, fecha en que es descubierto en la ciudad de El Minya (Egipto) el papiro conocido como "El Evangelio de Judas", que dicho evangelio sólo había existido en el texto del escrito mencionado por el obispo Ireneo, ya que no se tenía constancia de su existencia y es a partir de dicho descubrimiento, así como de las diferentes pruebas de datación llevadas a cabo en diciembre del año 2004, con el sistema conocido como "carbono 14", que sabemos que se trata de un manuscrito del siglo III o IV, ya que fue datado entre el 240 y el 340 d.C., lo que nos confirma la autenticidad del documento, pero que, en todo caso, se trataría de una copia del original escrito en griego, ya que esta copia fue escrita en el dialecto Sahídico del idioma Copto, que era la lengua utilizada en dicha época en la zona mencionada.

Pues bien, si prestamos atención, observaremos que este Evangelio de Judas, al que se le ha datado entre el 240 y el 340 d.C., si nos atenemos a la argumentación de quienes rechazan la validez de los evangelios apócrifos, carecería de todo valor histórico y religioso, ya que sería posterior a los Evangelios Canónicos. Esta argumentación podría ser utilizada, si no fuese porque, el obispo Ireneo de Lyon, hizo mención del mencionado evangelio de Judas en su obra "Contra las herejías", en el año 180 d.C., con lo cual deja claro que el mencionado evangelio de Judas es muy anterior a la fecha que en principio se le habría otorgado solamente por la datación del papiro a través de la prueba del carbono 14 y con toda seguridad, es muy posible que fuese coetáneo de los demás evangelios canónicos.

Esta situación es perfectamente trasladable al resto de los evangelios apócrifos, ya que, como hemos dicho, en el Concilio de Nicea, se ordenó destruir todos los manuscritos considerados herejes y que hoy conocemos como Evangelios Apócrifos. Hoy día tenemos conocimiento de la existencia de dichos manuscritos, gracias al descubrimiento que de ellos se hicieron en Nag Hammadi (Alto Egipto) en el año 1.945, así como de los manuscritos encontrados en Quram en el año 1.947, conocidos como "Los rollos del Mar Muerto". Estos manuscritos encontrados, eran las copias que algunos monjes de la zona hicieron de los manuscritos originales y que escondieron en jarrones, dentro de unas cuevas, con el fin de preservar para la posteridad lo que la nueva religión oficiosa del Imperio romano estaba prohibiendo o destruyendo y que, hasta entonces, había formado parte de su doctrina y religión cristiana, Entre los muchos evangelios apócrifos actualmente conocidos, caben destacar por su importancia los siguientes evangelios gnósticos:

- Evangelio apócrifo de Juan
- Evangelio de Felipe
- Evangelio de Judas
- Evangelio de los egipcios
- Evangelio de María Magdalena
- Evangelio de Tomás
- Evangelio de Valentín

Ante lo anteriormente expuesto, queda claro que la motivación por la que los evangelios apócrifos no fueron aceptados por la Iglesia, no estaba en la posterior datación de los mismos, con respecto a los canónicos, sino en el contenido, ya que como se puede comprobar en los evangelios gnósticos anteriormente mencionados, la figura de Jesús no era contemplada como el Dios hecho hombre que adoctrinaba la Iglesia Católica, tal como se estableció en el Concilio de Nicea, y donde cualquier otro documento que no aceptase dicha doctrina, sería catalogado como herejía y por lo tanto debería ser destruido.

En el caso en concreto de los Evangelios de Felipe y de María Magdalena, la motivación resultaba aún mucho más evidente, puesto que en dichos evangelios, además de hacer referencia a la relación marital y de matrimonio sagrado entre Jesús y Myriam de Magdala, dejaba patente la gran importancia del personaje de María Magdalena como la depositaría del mensaje de Jesús y a quien le correspondería, por derecho propio, la cabeza visible de la Iglesia (si es que Jesús hubiese querido fundar realmente una religión, algo que a la vista de las evidencias, no parece haber sido su intención), lo que sin duda sería inadmisible para una iglesia y sociedad patriarcal, donde la mujer carecía de los derechos fundamentales.

Cuando Jesús hablaba de la Iglesia lo hacia en el sentido espiritual, nunca hizo alusión a ninguna organización, persona determinada que pudiera ser su representante o establecimiento público. Así cuando los discípulos le preguntan donde estaba su iglesia, él les responde: "Allá donde estéis reunidos dos de vosotros en mi nombre, yo estaré en medio de ellos".

Además, Jesús, hace ciertas advertencias sobre lo que habría de acontecer en el futuro cuando dice: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mat.7-15-16)

Pero el aviso que hace Jesús al respecto de quienes se dirán sus discípulos, va mucho más allá del futuro inmediato de la época, y así, profetiza lo que en un futuro sucederá con quienes dicen ser sus ministros: "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, pero sí aquél que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Ya que cuando llegue la hora, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos prodigios? Mas yo les responderé: Jamás os conocí; ¡Apartaos de mi, obradores de maldad!" (Mat.7-21-23).

Jesús dejaba claro cual era el sentido de su iglesia: una comunión directa entre el hombre y Dios, sin intermediarios. Sin que ello fuera óbice para que los discípulos se organizasen tal como él mismo les indicó, ya que, además de los doce apóstoles, se conocían hasta 72 discípulos más allegados, entre los que impartía sus enseñanzas más reservadas, por lo que era necesaria una mínima organización. Esta organización era básica y necesaria, ya que serviría como guía en las directrices a seguir para la difusión del mensaje de Jesús, cuando éste ya no estuviera con ellos.

Estas directrices fueron seguidas por sus apóstoles y discípulos más cercanos, hasta la llegada del Concilio de Nicea, en que la Iglesia Católica pasaría a ser la religión oficiosa del Imperio romano, desterrando cualquier pluralismo religioso que hasta entonces se había compartido, a la vez que se reformuló la doctrina y tradición cristiana, adaptándola a los intereses de estado. 

"El Triunfo de María Magdalena - Jaque Mate a la Inquisición" de José Luis Giménez

© 2007 José Luis Giménez

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