Cuando hablamos de cristianismo, damos
por sentado que nos estamos refiriendo a la religión cuya doctrina deviene de
las enseñanzas de Jesús el Cristo, pero… ¿eso fue así…?
Si hacemos un repaso en la Historia del
cristianismo veremos que los primeros cristianos o seguidores de Jesús,
mantenían grandes diferencias en sus respectivas doctrinas religiosas, pero
sobre todo, las diferencias resultan mayores si las comparamos con las religiones
cristianas actuales.
Pero… ¿cómo surgió la definición de
cristiano?
La historia del cristianismo primitivo
surge a partir de la crucifixión de Jesús, en el año 33 de la era cristiana
(aunque Jesús fue crucificado posiblemente entre los 39 y los 40 años de edad).
Recordemos que Yeshúa - Jesús de Nazaret
-, (cuyo gentilicio es interpretado erróneamente como natural de la ciudad de
Nazaret, cuando en realidad dicha población no existía como tal sino hasta
varios años después, ya que a Jesús se le conocía como Yeshúa HaNotzri
(nazareno) - Jesús el Nazareno o Nazarita -, en clara referencia a su
pertenencia a la secta judía de los nazareos o nazaritas, quienes entre otros
votos, tenían el de dejarse el cabello largo, así como la barba), fue condenado
por el procurador romano Poncio Pilatos a morir en la cruz, acusado de
proclamarse "rey de los judíos", ya que dicha proclamación por parte
de Jesús, significaba un claro enfrentamiento al poder del Imperio romano,
quien por entonces ocupaba Israel controlando la zona, así como imponiendo al
gobernante de turno, por lo que tal atrevimiento por parte de Jesús, debía ser
castigado con la pena de muerte.
Por tal motivo, los seguidores de Jesús
más cercanos tuvieron que reorganizarse y muchos de ellos huir de Palestina.
Tal fue el caso de Myriam de Magdala - María Magdalena - quien además de ser la
esposa o compañera (koinonós) y por tanto la reina consorte de Jesús, también
estaba embarazada, lo que supondría una continuidad del heredero con derecho al
trono de Palestina y por tanto, fuente de mayores conflictos para el procurador
romano, así como para el tetrarca de Judea, Herodes Antipas.
Cinco años después de la crucifixión de
Jesús, es decir, en el 38 d.C., se producía la conversión al cristianismo de
Saulo de Tarso, un fanático y líder religioso hijo de hebreos y que, gracias a
haber nacido en Tarso (en la región de Cilicia, situada en la costa sur de la
antigua Asia Menor y actual Turquía), disfrutaba de la ciudadanía romana, al
igual que su progenitor, lo que le otorgaba una serie de privilegios que no
obtendría como simple judío. Su padre, además, le procuró una educación judía
bajo la estricta doctrina de los fariseos, lo que le llevó a ser uno de los
mayores enemigos y perseguidores de los nazaritas o nazareos (secta judía a la
que pertenecía Jesús), debido al odio que les llegó a profesar al no compartir
la doctrina y no tolerar los sermones nazaritas cuando predicaban en el templo.
Fue durante una de estas persecuciones a
los nazareos y en el camino que llevaba a la ciudad de Damasco, que Saulo dice
tener una aparición de Jesús, la cual le hace caer de su caballo (hacía cinco
años que Jesús había muerto en la cruz) y a pesar de no haberlo conocido en
persona, dice reconocerlo y ser reprendido por Jesús al preguntarle:
"Saulo…Saulo, ¿por qué me persigues?". La respuesta de Saulo, a la
vez, es muy esclarecedora: "Venciste nazareno".
La palabra nazareno con que Saulo se
refiere a Jesús, indica claramente la pertenencia de Jesús a dicha comunidad
judía, puesto que él era un fanático religioso fariseo, que hasta entonces
sentía odio por los nazareos o nazaritas.
Aquella aparición hizo que Saulo dejase
de perseguir a los judíos nazareos, convirtiéndose en uno de los apóstoles más
influyentes que después predicarían la venida del Mesías prometido, como la
única esperanza y salvación para el hombre, a través de la muerte y
resurrección de Jesús, tal como ya había acontecido. Pero para los judíos
nazareos, el Mesías prometido, significaba ser el Ungido (el que ha recibido
los óleos santos en reconocimiento a su ascendencia sacerdotal y real), el
Mesías salvador. Jesús había sido ungido, había muerto en la cruz y había
resucitado. Para los nazareos no había duda alguna que Jesús era el Mesías
Salvador que los libraría del yugo romano. En cambio, para Saulo, quien a
partir de entonces pasaría a llamarse Paulo (San Pablo), la salvación ya se
había producido con la muerte y resurrección de Jesús, por lo que el discurso
de quien luego sería San Pablo, se diferenciaba del de los otros apóstoles de
corte gnóstico, sobre todo, en que la nueva doctrina, el nuevo mensaje
consagrado, al que él mismo llamó en griego " Kristos", estaba
destinado a todo aquél hombre, rico o pobre, judío o gentil que quisiera
aceptarla, diferenciando a un Jesús humano de este nuevo ser al que San Pablo
llamó "el Cristo". Esta distinción, así como un discurso diferente al
que hasta entonces habían mantenido los apóstoles y seguidores de Jesús, iba a
marcar una gran diferencia y distanciamiento. Así fue como a los creyentes en
esta nueva doctrina se les empezó a conocer con el nombre de
"cristianos". Estos hechos, han permitido ver a San Pablo como el
verdadero fundador de lo que hoy conocemos como cristianismo y por tanto, de la
Iglesia Católica.
Debido a los diferentes criterios y
conceptos expuestos, entre los discípulos y seguidores de Jesús, se producen
las primeras discrepancias, como pueden observarse a través de los escritos
contenidos en la Biblia y denominados: "Hechos de los Apóstoles" así
como en la "Primera carta de Pablo a los corintios" (1- facciones en
la comunidad cristiana -1,10-4,21), pero estas diferencias entre los apóstoles
y seguidores de Jesús, aún no iban a tener la trascendencia que tiempo después
alcanzarían entre los sucesores de los mismos.
SECTAS CRISTIANAS
Es a partir de la creación de lo que se
viene a llamar cristianismo, que se empiezan a producir los primeros
enfrentamientos entre las diferentes sectas "cristianas" o seguidores
de Jesús el nazarita: por un lado, el inicio de la organización de las diócesis
y patriarcados, de las provincias eclesiásticas y de las parroquias. Y por el
otro, la difusión del gnosticismo llegaría a su mayor auge.
Esta situación propiciaría el
enfrentamiento que ya separaría por siempre a los cristianos paulinos o
seguidores de San Pablo, de los cristianos de corte gnóstico, quienes
posteriormente serían identificados por la Iglesia Católica con el apelativo de
herejes.
Alrededor de mediados del siglo II
(aproximadamente en el año 140 d.C.) surgen las primeras diócesis y
patriarcados de la Iglesia Católica, a la vez que los primeros cristianos
desean conocer más detalles sobre la vida de Jesús, motivando la aparición de
diversidad de relatos que, aún cuando algunos de ellos fuesen meras leyendas,
la mayoría de ellos hacían clara referencia a las tendencias gnósticas.
Para comprender el motivo que llevó a los
cristianos paulinos a rechazar todo escrito o evangelio de corte gnóstico,
tendremos que hacer un pequeño repaso por la historia de los siglos I y II y en
concreto en lo referente a la "doctrina gnóstica".
Los gnósticos son llamados así en
referencia a la palabra griega gnosis, cuyo significado sería
"conocimiento". Este conocimiento estaría reservado a iniciados, tal
como podemos ver en el evangelio gnóstico de Valentino, un brillante
intelectual y teólogo de Roma, quien en los años 140 al 150 d.C. a través de su
"Evangelio de Valentino", expuso una singular concepción del mundo
material, así como del ser humano en su evolución hacía el camino de la verdadera
iluminación y salvación. Esencialmente los gnósticos creían en una deidad dual,
representada en dos realidades separadas. La primera, se refería al Ser Supremo
del mundo de luz espiritual, trascendental e indefinible, al que también
identificaban como el Inefable. La otra realidad, aludía al mundo de lo
material y la oscuridad en la ignorancia, donde los seres humanos llevan a cabo
su existencia material. Sería a través de la gnosis - el conocimiento - que el
ser humano lograría liberarse de los apegos del mundo material, para acceder
así al mundo de la luz y la espiritualidad.
Para los gnósticos, la figura de Jesús no
representaba al Dios hecho hombre, que llega a sacrificarse muriendo en la
cruz, resucitando después, para redimir del pecado a todos los seres humanos,
tal como afirmaba la doctrina Paulina, sino que ven en Jesús a un ser
excepcional, que lo hacía un hombre espiritual, quien fue dotado de un cuerpo
formado con sustancia psíquica, si bien podría ser visto o palpado por los
demás, así como sentir el sufrimiento, aunque se libraría de morir, ya que su
cuerpo no necesitaría tomar nada de la materia, de la cual nada podría salvar,
y quien se presenta como el revelador y portador del conocimiento (gnosis) que
les indicará el camino de la salvación a través del espíritu.
Debido al gran auge que el gnosticismo
fue adquiriendo en esos momentos, muchos otros prelados eclesiásticos, vieron
en estos otros cristianos de corte gnóstico un real peligro para La Iglesia, lo
que provocó duros enfrentamientos entre cristianos de una u otra tendencia y
que concluyó años más tarde en la persecución de los que serían llamados
herejes.
Una prueba de lo anteriormente expuesto,
lo encontraremos en los escritos del obispo San Ireneo de Lyon (189 d.C.), en
el tratado "contra las herejías", cuyas ideas influirían con mucha
fuerza en la elección de los Evangelios que más tarde (Concilio de Nicea en el
325 d.C.) serían reconocidos como "inspirados por Dios", es decir,
los cuatro Evangelios Canónicos: Marcos, Mateo; Lucas y Juan; al recomendar su
exclusiva lectura, así como rechazar y destruir personalmente otros evangelios
de corte gnóstico o apócrifos, como el célebre Evangelio de Judas, del que
únicamente se tenían noticias de su existencia, gracias a la referencia que del
mismo hace Ireneo de Lyon en su tratado, y el cual no fue descubierto hasta
1978 d.C. por unos campesinos de la localidad de El Minya, en Egipto.
El peligro real del gnosticismo en los
siglos I al III, para la Iglesia Católica, ha sido incluso confirmado por el
actual Papa Benedicto XVI, quien en una entrevista concedida a Meter Seewald,
cuando aún era el Cardenal Ratzinger, y a la pregunta de si la crisis actual de
la Iglesia constituye el mayor desafío que ésta ha tenido que afrontar desde
sus inicios, el entonces Cardenal Ratzinger, responde que: "El gnosticismo
fue, en efecto, uno de los grandes retos que se hubo de afrontar, ya que
originaba una progresiva y lenta deformación en el interior de la Iglesia y en
el culto, con la creencia en otras ideologías, mitos e imágenes, que
progresivamente fueron debilitando la fuerza de toda la Iglesia sin que apenas
se notara...".
Como es sabido, el movimiento gnóstico
terminó practicándose en la clandestinidad durante varios siglos y la mayoría
de los escritos fueron perseguidos y destruidos.
Las doctrinas cristianas consideradas
heréticas por la Iglesia Paulina fueron en aumento, y ya no se trataba
solamente de la gnosis implícita en los primeros evangelios apócrifos, aceptada
cada vez más por una gran mayoría de creyentes y seguidores, sino que las
discrepancias existentes entre las diferentes doctrinas cristianas, se debían
en su mayor parte, a matices de distinta interpretación de los textos sagrados.
Así tendríamos que entre las primeras
doctrinas cristianas consideradas heréticas y que emergen entre el II y III
siglo d.C., aparecen como las más representativas las conocidas con los nombres
de: Milenarismo, Montanismo y Monarquianismo.
El Milenarismo se consideraba una
doctrina cristiana, calificada como herética por la iglesia Paulina, según la
cual, Jesucristo, volvería a la Tierra en una segunda venida y cuyo reinado
duraría mil años, antes de que se produjese el combate final contra el Mal,
donde el Diablo sería condenando a no tener potestad alguna sobre la Humanidad
por toda la eternidad. En dicho tiempo se produciría el Juicio Final.
Esta doctrina milenarista se mantuvo
durante varios siglos y aún hoy día podemos observar como existen diversos grupos
(iglesias evangélicas fundamentalistas) o sectas religiosas cristianas que, de
alguna manera, siguen creyendo en el Juicio Final y los signos de los últimos
tiempos de los que se hablan en el Apocalipsis de San Juan, de una manera
similar a como lo entendían los milenaristas, existiendo diversidad de
personajes que se presentan como profetas que anuncian el final de los tiempos
y la nueva llegada de Jesucristo como el Salvador de la Humanidad.
Otra figura que aparece en el Apocalipsis
de San Juan y a la que aún hoy día se le ha intentado identificar con
determinados personajes de cierta relevancia a nivel mundial, es la alusión que
se hace al falso Mesías, a quien también se le identifica como el Anticristo.
Durante toda la historia del
Cristianismo, diferentes escritores eclesiásticos, han intentado identificar al
Anticristo con determinados gobernantes o incluso papas, como fue el caso del
emperador romano Nerón, a quien inicialmente se le suponía iba dirigido el
calificativo, o en las manifestaciones que hiciera Martín Lutero, reformador
religioso alemán, en cuyas enseñanzas se inspiró la Reforma Protestante, y
quien identificó a la figura del Papa con el Anticristo.
La doctrina del milenarismo produjo que,
en la época correspondiente a la Edad Media y Edad Moderna, apareciesen gran
cantidad de "profetas", sobre todo frailes, quienes anticipaban la
nueva llegada de Cristo de acuerdo al Apocalipsis de San Juan. Entre las
profecías más impactantes y que aún hoy día son objeto de estudio y análisis,
tenemos las Profecías de San Malaquias, unos textos publicados en 1.595, si
bien fueron escritos durante el siglo XII, por el que fuese arzobispo católico
de Irlanda, San Malaquías, quien además, fuera íntimo amigo de San Bernardo de
Claravall, el fundador de la Orden del Cister y promotor de la Orden de los
Caballeros Templarios. De estas profecías, la más famosa es la conocida como
Profecía de los Papas, sobre todo por su carácter apocalíptico, ya que fija la
fecha en que debería producirse el fin del mundo, mediante una larga lista de
111 papas (incluidos los llamados antipapas), cuyos nombres son identificados a
través de alusiones alegóricas, frases o lemas con los que son reconocidos y
que van desde el Papa Celestino II (1143 - 1144), hasta el que sería el
supuesto último Papa, y al que identifica con el nombre de "Pedro el
romano" y que algunos sugieren pueda tratarse del Papa siguiente al que
actualmente ocupa la silla de San Pedro, Benedicto XVI.
Pero la facultad de profetizar no iba a
limitarse solamente a los creyentes milenaristas. Así, coetáneamente a éstos,
apareció el movimiento conocido como montanismo, un movimiento cristiano
considerado herético por la Iglesia Paulina, fundado en el Asía Menor, en la
región de Frigia (actualmente en Turquía) durante el siglo II por el
autoproclamado profeta Montano, un ex sacerdote de la diosa Cibeles, convertido
al cristianismo, quien con la colaboración de dos profetizas, llamadas Maximila
y Priscila (quienes abandonaron a sus respectivos esposos para unirse a Montano),
anuncia el inicio de una nueva era en la Iglesia Cristiana, a la que denomina
"Era del Espíritu", por estar auto-convencido de que ha sido elegido
y enviado directamente por el Espíritu Santo.
Los montanistas anunciaban una segunda
venida de Cristo de forma inminente, por lo que un alejamiento del estado de
gracia, al producirse un pecado mortal, no podría ser redimido. Entre las
particularidades más extremas de dicho movimiento religioso, estaban las de
rechazar las segundas nupcias, ya que consideraban que el segundo matrimonio ya
no era un sacramento, sino otra oportunidad de obtener placer; imponer la
práctica del ascetismo y lo que resultaba más extremo: no eludir en ningún caso
la persecución de que eran objeto por entonces los cristianos, por parte de los
romanos, aceptando de buen grado el martirio.
Esta situación de persecución por parte
del Imperio Romano contra los cristianos, provocó que el movimiento montanista
ganase adeptos entregados sobre todo a la anunciada segunda venida de Cristo y
final de los tiempos, por lo que desechaban todo lo mundano. Dos años después
de la muerte de Montano, alrededor del año 177 d.C., la jerarquía de la Iglesia
Paulina, viendo el gran potencial de adhesiones que estaba obteniendo el
montanismo, excomulgó a todos los miembros de dicho movimiento, pasando a ser
una secta cristiana separatista de la Iglesia Paulina. A pesar de ser un
movimiento que alcanzó gran influencia, en el siglo VI se extinguió por
completo.
El monarquianismo sería la doctrina
cristiana considerada también herética por la Iglesia Paulina que se oponía al
dogma de la Trinidad, ya que no reconocía más que a una única persona en Dios,
considerando que Jesús era un ser humano, aunque emanado del Dios Padre, lo que
justificaría y haría aceptable su nacimiento sobrenatural de la Virgen María.
Dentro del monarquianismo o monarquismo,
coexistían tres variantes:
- Los modalistas, quienes creían que la
Trinidad formada por el Padre, Hijo y Espíritu Santo, en realidad era la
manifestación de Dios como una única realidad divina, por lo que Jesucristo
pasaría a ser otra entidad enviada por Dios ( encarnación del Logos divino)
para transmitir su mensaje.
- Los patripasianos, quienes afirmaban
que era el mismo Dios Padre el que se encarna, sufre y padece en la cruz.
- Los adopcionistas, quienes afirmaban
que Jesús era un hombre, un ser humano normal quien sólo recibió el Espíritu
Divino, y por tanto, elevado a una dignidad similar a la de Dios, una vez que
resucitó y ascendió a los cielos.
Además de las herejías ya mencionadas,
así como otras que abordaremos más delante de forma separada, en el siglo III
se iba a producir otro tipo de confrontación; en este caso, nos referiremos a
las escisiones o cismas producidos dentro de la misma Iglesia, debidos en su
mayor parte a un desacuerdo en el rigor y las aplicaciones de las penitencias.
EDICTO CONTRA LOS MANIQUEOS Y PERSECUCIÓN
DE LOS CRISTIANOS
La situación de agitación política, así
como las convulsiones que se estaban produciendo en el Imperio Romano, iban a
acarrear graves consecuencias para el mundo cristiano. Es por ello que, en el
año 297 d.C., el emperador Diocleciano , quien había accedido al poder en el
año 284 d.C., promulga un edicto contra el maniqueismo , una nueva doctrina
gnóstica, fundada por Mani , que estaba tomando gran auge y a la que el
emperador Diocleciano ve como un peligro para la estabilidad del Imperio
Romano, ya que, lo novedoso en cuestión de religión no estaba bien aceptado por
los romanos, tal como justificaría Diocleciano en su Edicto contra los
maniqueos, por ser "religio nova et inopinata" y sobre todo, porque
provenía de Persia, el país enemigo "de Persica adversaria nobis gente
progressa", lo que sin duda representaba una de las principales causas al
decir: "surgió de nuestra enemiga, la nación Persa, por lo que es de
esperar que sus sectarios hagan todo lo posible por corromper, con sus
abominables costumbres e infames leyes, la natural inocencia y prudencia de la
nación romana", además de que, para Diocleciano, se trataría de una
cuestión totalmente política, ya que, tal como afirmó, cualquier novedad en
materia religiosa, representaría una subversión del orden establecido, sin
tener en consideración las diferencias doctrinales que pudiesen existir entre
las diversas religiones o sectas cristianas.
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Busto de Diocleciano |
Las penas que se aplicaron fueron muy
duras, sobre todo a los máximos representantes y seguidores más cercanos,
llegando a imponérseles la decapitación y a morir quemados en la hoguera.
Los maniqueos eran dualistas, tal como
indicaba la doctrina gnóstica, creyendo que el espíritu existente en el hombre
pertenecía a Dios, mientras que el cuerpo físico pertenecía al demonio, por lo
que dicha situación provocaría una eterna lucha entre los dos principios que se
oponen, el bien y el mal, y que eran asociados a la luz, en el caso del bien,
(identificado también con el nombre del dios persa Ormuz) o a las tinieblas, en
el caso del mal, (identificado en este caso con el dios del mal, Ahrimán). Por
tanto, según la doctrina del maniqueismo, Dios era el creador de todo lo bueno
y Satanás sería el creador de todo mal.
Esta convicción, llevaba a los maniqueos
a creer que el espíritu del hombre se encontraba prisionero del cuerpo físico o
material, por lo que estaban convencidos que sería necesaria la práctica de un
estricto ascetismo, con el fin de conseguir la liberación del espíritu atrapado
en el cuerpo físico o material. A tal efecto, despreciaban todo lo mundano,
incluyendo el cuerpo físico o material del hombre. Mani basaba su nueva doctrina,
en la creencia de que la salvación podía lograrse mediante la educación, la
negación de uno mismo, el ayuno, el vegetarianismo y la castidad.
Los maniqueos se distinguían entre
"oyentes" (los adeptos más próximos) y los "elegidos" (el
grado superior). Creían en la reencarnación, y esta se produciría de forma
sucesiva hasta que el "oyente" se reencarnase como
"elegido", momento en que ya no sería necesario volver a reencarnar.
Para los maniqueos, Jesús era el hijo de
Dios y a diferencia del dogma de la Iglesia Católica, él había venido a la
Tierra para salvar su propia alma, ya que tanto Jesús, como Buda y otras muchas
figuras religiosas, habían sido enviados a la Tierra para ayudar a la humanidad
en su liberación espiritual. La doctrina dualista y la no aceptación de Jesús
como Dios hecho hombre, sería la mayor herejía por la que la Iglesia Católica
condenaría al maniqueismo.
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Busto del emperador Constantino I El Grande |
Pero Diocleciano no iba a contentarse
solamente con la condena y persecución de los maniqueos, por lo que seis años
después, el 23 de febrero de 303 d.C., lanza el primero de una serie de edictos
y disposiciones contra los cristianos, en el que se ordena la clausura de la
totalidad de las Iglesias cristianas y la confiscación de los libros sagrados,
así como de los cementerios cristianos y demás propiedades. A partir de ese
momento, daría comienzo la que iba a suponer la última y una de las mayores y
más crueles persecuciones cristianas llevada a cabo por Roma.
Durante el transcurso de todo el año de
303, las penas fueron cada vez más duras, si bien, Diocleciano, aún no había
contemplado la pena capital para los cristianos. Es a partir del siguiente año,
en la primavera del 304 d.C. cuando Diocleciano, emite un cuarto y último
edicto por el que los cristianos son obligados a realizar públicamente un
sacrificio y ofrenda a las divinidades romanas, mediante una libación (ofrecer
vino o aceites a los dioses romanos, vertiéndolo sobre el altar) bajo pena de
muerte para quien no lo hiciere. De esta manera, Diocleciano, convertía un tema
religioso, en un asunto político y de estado, con lo que le resultaba más fácil
justificar la persecución cristiana, ya que en la época en que se llevó a cabo,
la religión cristiana ya estaba muy extendida y aceptada entre los romanos, así
como entre familias muy influyentes.
EDICTO DE MILÁN
Una década después de la cruenta
persecución de que fueron objetos los cristianos por parte de Diocleciano,
llegaría lo que se vino a llamar la Paz de la Iglesia, un periodo en el que, el
propio emperador romano, y que no era otro que Constantino I el Grande , iba a
oficializar al cristianismo. Veamos como ocurrió.
La renuncia de Diocleciano en el 305 d.C.
del cargo de augusto de Oriente, tal como había sido establecido en la
tetrarquía, una vez cumplidos los 20 años de mandato, obligaba también a que
renunciase al cargo el otro augusto de Occidente, Maximino.
Cuando ambos abdicaron, les sucedieron al
trono los dos cesares que habían sido nombrados a tal efecto, por lo que
Diocleciano fue sucedido por el cesar Galerio y a Maximino le sucedió
Constancio Cloro en el Imperio de Occidente. No obstante, Constancio falleció
al cabo de un año (julio del 306) debido a una enfermedad que contrajo durante
una expedición contra los pictos en Caledonia (actual Escocia), por lo que le
sucedió en el cargo su hijo Constantino, al ser aclamado por las tropas leales
a su padre como augusto (emperador), en vez de sucederle el cesar Severo II,
tal como había sido dispuesto por los emperadores. A partir de ese momento y
durante 18 años, Constantino, se enzarzó en diferentes batallas, con el fin de
consolidar, por un lado, su posición de co-emperador junto a Galerio, y más
tarde, luchando por conseguir la jerarquía única de un Imperio Romano
reunificado. Fue así como, en el año 312 d.C., en la célebre batalla del puente
Milvio, se impone a Majencio, (el cesar que había usurpado el trono a Severo
II, después de varias conspiraciones) haciéndose con el control de Roma. Ya
sólo le faltaba obtener el control de la otra mitad del Imperio, la que estaba
bajo el mando de Licinio, y que conseguiría por fin en el año 323 d.C. en la
batalla de Adrianópolis. Ya desde ese momento, hasta el día de su muerte,
producida el 22 de mayo de 337 d.C. en Ancycrona (actual Turquía), Constantino,
ejercería como único emperador.
En junio del año 313 d.C. los emperadores
de Oriente y Occidente, Licinio y Constantino, se reúnen en Milán y acuerdan
promulgar un edicto, al que se conoce como Edicto de Milán o La tolerancia del
cristianismo. En dicho edicto, se establece la libertad de religión en el
Imperio Romano, por lo que se da por finalizadas las persecuciones que hasta
entonces se habían producido contra los cristianos u otras sectas religiosas.
El edicto de Milán supondría por fin el
reconocimiento oficial del cristianismo, permitiendo la expansión de la que
posteriormente vendría a llamarse Iglesia Católica, a la que devolvió todas las
propiedades confiscadas durante la persecución y que habían sido vendidas a
particulares, lo que iba a producir, además, profundos cambios en el seno del
Imperio Romano. Las copias de las constituciones imperiales de Constantino y
Licinio, traducidas del latín al griego dicen:
"Habiendo advertido hace ya mucho
tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de
permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas
conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás,
cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y
religión..." "...que a los cristianos y a todos los demás se conceda
libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que
quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros
y a todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con
saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se
niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión
cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión
que estimare convenirle".