lunes, 24 de julio de 2017

La fuerza de la Verdad


A veces nos sorprende una noticia en la prensa o en los diferentes medios de comunicación, donde el pequeño David se enfrenta al gigante Goliat y lo vence contra todo pronóstico.
Y la sorpresa viene, no por el hecho en sí de que el pequeño venza al grande, sino porque en la sociedad actual, no es habitual ver como la Verdad se impone a la mentira, a la manipulación, a la desfachatez.
Son muchas las ocasiones en que vemos como una gran injusticia queda libre de condena, sobre todo cuando es producto de la corrupción política, de la dejadez burocrática o incluso de las leyes injustas. Y los damnificados se suelen consolar aduciendo que esta sociedad es así; es decir, que se trata de una sociedad dirigida y controlada desde siempre por los poderes de facto, quienes imponen sus leyes.
Sin embargo, ahora no es una época como cualquier otra. Ahora estamos en la Era de Acuario, la época de la Verdad, de la luz, de la justicia, de la deidad femenina, de María Magdalena.
La Diosa creadora de vida, la deidad femenina, está representada por la figura de María Magdalena; y es a través de dicha figura que, la Verdad, se abre paso entre cientos de años de mentiras y manipulaciones por parte de la Iglesia y los poderes de facto.
Cuando Jesús de Nazaret les dijo a sus discípulos que se marchaba a la Casa del Padre, pero que regresaría en un futuro, sus discípulos le preguntaron: “¿Cuándo regresarás de nuevo a la Tierra?” y el Maestro les respondió: “Cuando llegue la época del hombre con el cántaro de agua (Era de Acuario), entonces yo regresaré”.
Y es que si algo representa a la Verdad, ese algo, es la manifestación del Hijo del Hombre en Cristo. Por lo que la venida del Cristo no tiene por qué ser de manera literal según las Sagradas escrituras, ni en el modo, ni en el tiempo designado por los espurios intereses de los poderes fácticos.
El Hombre crístico ya está aquí. De hecho, hace varios siglos que habita entre los seres humanos, aunque son muy pocos los que lo han notado o percibido, y ha sido a través de su compañera, su consorte, su “koinonós”: María Magdalena, que la Verdad no ha podido ser ocultada a todos los hombres.
A finales del siglo II d.C. el obispo Clemente de Alejandría, uno de los primeros padres de la Iglesia, llegaría a decir: “No todas las verdades han de ser explicadas a todos los hombres”
Y durante cerca de 2.000 años, la Iglesia cumplió escrupulosamente con dicha máxima.
Pero tal como ya se ha dicho anteriormente, ahora estamos en la Era de Acuario, la época de la Verdad, de la Divinidad femenina, representada en la figura de María Magdalena; la mujer esposa y reina consorte de Jesús, madre de su descendencia y pilar sobre el que descansa la sabiduría impartida por el Maestro Yeshúa (Jesús).
Muchos hombres y mujeres han luchado de una u otra manera para mantener la Verdad oculta de la manipulación; como fueron los hombres buenos “Els bons homes”, mal llamados cátaros; o también la organización monacal y guerrera más esotérica de la Historia: Los Caballeros Templarios. Quienes ocultarán sus conocimientos entre símbolos y lenguajes ocultos al no iniciado.
Y ahora viene la pregunta… ¿Querrás seguir siendo uno más de esos hombres y mujeres que no tienen derecho a conocer la Verdad?
Si no quieres seguir viviendo en la mentira y la manipulación, deberás leer el libro que marcará un antes y un después en tu vida. Pero te advierto: ¡este libro es sólo para mentes abiertas!

¿Quiénes eran en realidad Jesús y María Magdalena?
¿Qué secreto conocían los Caballeros Templarios?
¿Por qué fueron aniquilados los Cátaros?
¿Qué descubrió Cristóbal Colón?
¿Quiénes son los Desposyni?
¿Quiénes son los masones?
¿Qué es el Grial?
Enki
Enlil
Arcontes
Anunnaki
Simbologías
LA REVELACIÓN DEL GRIAL VIVIENTE
UN LIBRO MUY ESPECIAL SÓLO PARA MENTES ABIERTAS
José Luis Giménez






sábado, 12 de noviembre de 2016

El secreto de Tomar (El último refugio de los caballeros templarios)

Sello templario
Cuando el viernes 13 de octubre del 1307, el rey francés Philippe IV -Le Bel- (Felipe IV el Hermoso), decide asestar el golpe definitivo a la Orden del Temple -La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici)-, comúnmente conocida como los Caballeros Templarios, poco podía imaginarse que, sus oscuras intenciones, eran de sobras conocidas por los grandes maestres de la Orden, ya que no en vano, los servicios secretos de los caballeros templarios, hacía días que habían interceptado las órdenes dadas por el rey francés, en las que se indicaban expresamente el día 13 de octubre de 1307 como la fecha en que debería actuarse conjuntamente en toda Francia, arrestando a los maestres y caballeros de la Orden.

A nadie se le escapaba que el rey francés no podía hacer frente a la inmensa deuda contraída con la Orden de los caballeros templarios -sobre todo, a raíz del rescate que tuvo que satisfacer su abuelo, el rey Luis IX (San Luis), a las huestes sarracenas, tras ser hecho prisionero en Egipto durante la sexta cruzada- a quienes les solicitó financiar íntegramente el pago del rescate, con cargo a las arcas de la Orden templaria.

Felipe IV El hermoso
El jueves 12 de octubre -un día antes del arresto del Gran Maestre-, Jacques De Molay, asiste al funeral de la cuñada del rey Felipe IV, Catherine de Coourtenay, formando parte de la comitiva que transportaría el féretro de quien fuese la esposa de Carlos de Valois. Tras sendos y efusivos saludos, entre el astuto y codicioso rey francés y el Gran Maestre de la Orden templaria, nadie ajeno a las oscuras maniobras del monarca, podría sospechar cuales eran los planes inmediatos de Felipe IV.
Pero la sorpresa estaba aún por llegar… cuando en la mañana del viernes 13 de octubre, Jacques De Molay, junto a otros tres maestres más de la Orden, fueron arrestados por los soldados del rey, acusados de herejía, haciendo caso omiso a las indicaciones del Papa Clemente V -un títere impuesto por el mismo rey Felipe IV- quien había sido encumbrado al trono de San Pedro por medio de las maléficas artes del monarca francés, tras la más que extraña y súbita muerte del Sumo Pontífice antecesor, el Papa Bonifacio VIII.

Papa Clemente V
Clemente V, -Papa francés de nombre Bernat de Got y anterior arzobispo de Burdeos- había dado instrucciones expresas a Felipe IV de no efectuar acción alguna contra los caballeros templarios, mientras él mismo no se encontrara en condiciones de hacerlo, debido sobre todo, al cáncer de píloro que le afectaba. Pero esta situación de enfermedad del Papa, le era muy propicia al rey francés, ya que podría juzgar directamente de herejía a los caballeros templarios, sin necesidad de esperar el beneplácito de Clemente V, quien por otro lado, nunca se opuso abiertamente a la detención de los maestres de la Orden, a pesar de que éstos dependiesen directa y jerárquicamente del propio Papa.

El Gran Maestre de la Orden, Jacques De Molay, junto con otros caballeros y maestres más, permanecieron encarcelados durante siete años, siendo objeto de todo tipo de acusaciones y torturas, con el único fin de que confesasen su culpabilidad como herejes.

Caballero Templario
El 18 de marzo del 1314, tras proclamar públicamente la inocencia de la Orden del Temple, así como haber sido sometido a torturas para sonsacarle la confesión que deseaban los esbirros reales. Jacques De Molay sería quemado vivo en la hoguera junto al Maestre de Normandía, Geoffroy de Carney, en un islote existente en el río Sena, situado entre los jardines del monarca y la iglesia de San Agustín. Se dice que el rey mandó quemarlos con troncos de madera que aún estuviesen verdes, con el propósito de hacerles sufrir más, al tardar más tiempo en morir quemados. Otra leyenda o profecía que no ha podido ser confirmada, si bien se cumplió exactamente tal como es contada, dice que, antes de morir, el Gran Maestre Jacques De Molay, maldijo al rey Felipe y al Papa Clemente -responsables de la eliminación de la Orden del Temple- a presentarse ante Dios para ser juzgados en el plazo de menos de 40 días para el caso del Papa Clemente V y de menos de un año para el rey Felipe IV.

Fuese verdadera o no dicha maldición, lo cierto es que el Papa Clemente V moriría en la noche del 19 de abril del 1314 (32 días después), a causa de unas terribles diarreas, posiblemente como consecuencia del cáncer de píloro que padecía. Por si esto fuera poco, durante el velatorio del cadáver, y debido al fuerte olor nauseabundo que despedía, éste fue abandonado por sus sirvientes, dejándolo solo y completamente desnudo durante toda la noche, sin poder evitar que una vela cayese sobre el catafalco, provocando la casi total calcinación del cadáver.

Al rey Felipe IV el hermoso, la maldición tampoco iba a pasarle de largo. Efectivamente, tal como había profetizado Jacques De Molay, el 29 de septiembre de 1314 (195 días después), y como consecuencia de un fuerte golpe recibido en la cabeza, con la rama de un árbol que le hizo caer de su caballo mientras cazaba en los bosques de Fontainebleau, moriría a causa de las graves heridas sufridas, las cuales le causarían gran dolor hasta el último momento de su óbito. El fuerte y nauseabundo olor que desprendían sus llagas, impedían que fuera posible acercarse hasta su lecho de muerte, sin sentir repugnancia.

Los caballeros templarios pasarían a formar parte de nuevas órdenes. Así, en España, pasarían a formar parte de la nueva Orden de Montesa, creada a tal efecto por el rey Jaume II de la Corona de Aragón. En Finlandia, pasarían a llamarse Orden de San Andrés y en Portugal vendrían a reconvertirse en La Orden de Cristo.

Pero con la disolución de la Orden del Temple, llevaba a cabo por el Papa Clemente V a través de un decreto apostólico, mediante la bula Vox Clamantis, del 22 de marzo de 1312, no se iba a acabar con la Orden de los caballeros templarios.

Es precisamente en Portugal, y en concreto en el pueblecito de Tomar, donde los caballeros templarios iban a obtener el último de sus refugios. Pero antes de pasar a tratar el asunto de Tomar, cabe destacar la existencia de un documento que ha permanecido oculto a ojos profanos del Vaticano durante casi 700 años. Nos estamos refiriendo al Pergamino de Chinon. 

Pergamino de Chinon
El Pergamino de Chinon fue manuscrito por el mismísimo Clemente V, durante el periodo que va desde el 17 al 20 de Agosto del 1308. En dicho pergamino, se puede leer como el Papa Clemente V absuelve de todos los cargos al gran Maestre de la Orden del Temple Jacques De Molay, así como a otros miembros de la Orden, indicando que los líderes templarios deben ser reintegrados a la comunión (ya que fueron excomulgados) y a poder recibir los sacramentos.

Quedaba claro pues, que la disolución de la Orden del Temple obedecía únicamente a los intereses del monarca francés, obsesionado por apropiarse de todos los bienes de la Orden, así como cancelar la deuda pendiente con la misma, acogiéndose a una corrupta ley que le permitiría cancelar las deudas contraídas con todos aquellos que fuesen declarados herejes (en este caso cancelando la inmensa deuda contraída con la Orden del Temple). Obligando a actuar al Papa Clemente V como la marioneta que siempre demostró ser en sus manos.

Como era de esperar, tras los correspondientes interrogatorios por parte de la Santa Inquisición, gran parte de los caballeros templarios mueren durante las torturas sufridas en los interrogatorios, y los que consiguen sobrevivir, lo hacen gracias a delatarse mutuamente como integrantes de la Orden, e inculparse de los hechos que los inquisidores les imputan so pena de morir en la tortura.

A pesar de una inicial resistencia, el Papa Clemente V acaba por ceder al chantaje y los deseos de Felipe IV el Hermoso y emite la bula Pastoralis Praeminentiae, con la que ordena a todos los reyes y príncipes cristianos de Europa a que procedan a la detención y arresto de los caballeros templarios, acusándolos de apostasía, ultraje a Cristo, ritos obscenos, sodomía (homosexualidad) e idolatría.

Tal como ya se mencionó anteriormente, los caballeros templarios que consiguen escapar de la Santa Inquisición y del acoso del rey francés, lo hacen integrándose en otras órdenes de otros países como España, Finlandia o Portugal. En España, pasarían a formar parte de la nueva Orden de Montesa, creada a tal efecto por el rey Jaume II de la Corona de Aragón. En Finlandia, pasarían a llamarse Orden de San Andrés y en Portugal vendrían a reconvertirse en La Orden de Cristo.

viernes, 11 de noviembre de 2016

LOS CABALLEROS TEMPLARIOS

Sello de los Caballeros Templarios

EL CISTER Y SAN BERNARDO DE CLARAVAL

Al contrario de lo que pudiera parecer, el Cister no es fundado por Bernardo de Claraval, sino que su existencia se debía a Roberto Molesmes, quien en el año de 1098 funda el cenobio de Citeaux (de ahí el nombre de Cister), una ciudad muy próxima a Lyon. Pero será Bernardo de Claraval (1090-1153), junto a Esteban Harding, el entonces tercer abad de la Orden quienes, en el año de 1120, proporcionarían al Cister su verdadera dimensión a nivel internacional, siendo por tanto Harding y Claraval los verdaderos artífices de la fundación de la orden.

La excesiva materialización y mundanicidad que presentaba la Orden de Cluny, había puesto en entredicho la original pureza del monacato, tal como se indicaba originariamente en la Regla de San Benito, motivo por el cual, tanto Esteban Harding, a través de su carta "caritatis", como el deseo de restablecer literalmente la Regla de San Benito, por parte de Bernardo de Claraval, iba a dar paso a una de las órdenes monacales más importantes y decisivas en toda Europa durante la Baja Edad Media.

Gracias a la implantación de un marcado rigorismo en la aplicación de la Regla del Cister, tomada de la de San Benito, Harding y Claraval, iban a devolver al monacato la pureza original que tanto se echaba en falta en Cluny. Así, se rechazaría cualquier elemento que no estuviese recogido explícitamente en la nueva regla, incidiendo sobre todo, en la necesidad de mantener una uniformidad general dentro de todos los servicios religiosos, los horarios, la disciplina a aplicar, los libros de lectura, el régimen de comidas y hasta el tipo del edificio, deberían mantenerse en todos los establecimientos de la orden, a fin de evitar posibles tentaciones al relajamiento.

Bernardo de Fontaine, como así se llamaba quien después sería San Bernardo de Claraval (en referencia a Clairvaux) nació en el año de 1090, en el seno de una familia acomodada en Borgoña, puesto que sus padres eran los señores del castillo Fontaines-les-Dijon. Fue educado junto a sus siete hermanos, tal como correspondía a la nobleza, seis de los cuales eran varones y una única hembra, recibiendo una exquisita formación en la lengua del latín, literatura y religión, lo que propició que la totalidad de los hermanos acabasen siendo todos religiosos.

En el año de 1112 ingresa en el Monasterio del Cister, haciéndose acompañar de un grupo de seguidores nobles que llegarían a alcanzar la treintena, además de sus cuatro hermanos mayores y su tío (tal como indicaría Guillermo de Saint-Thierry en su Vida de San Bernardo y Jacobo de la Vorágine en La Leyenda Dorada). No es de extrañar pues, que el abad de entonces, Esteban Harding, los acogiese a todos con gran alegría, intuyendo que se trataba de una adhesión en masa a su monasterio. Poco después, ingresaría en la orden su hermano menor Nirvardo y, al morir su madre, lo harían también su padre y su hermana Humbelina junto a su cuñado. Esto nos da una idea de la gran capacidad de influencia que ejercía Bernardo sobre sus más allegados, lo que se traducía en un elevado grado de adhesión a su persona, tal como dejó demostrado seis meses antes de entrar en la orden del Cister junto con sus seguidores, a los que mantuvo emplazados junto a él durante varias semanas, tiempo que invirtió en conseguir la fidelidad personal de todos sus acompañantes, llegando incluso a someterlos a todo tipo de pruebas que demostrasen su lealtad a su persona y no a la Orden a la que iban a pertenecer, puesto que todo esto fue llevado a cabo seis meses antes de ingresar en el convento del Cister.

Esta situación nos hace pensar que quizás Bernardo ya tenía un objetivo marcado antes de ingresar en la Orden, puesto que se hizo acompañar de las personas adecuadas para alcanzar su objetivo. Cuando repasamos la historia y vemos el comportamiento que tuvieron en los años siguientes al ingreso en el Cister, llevando a cabo diversas actividades secretas, tanto dentro, como fuera de la Orden, parece que la duda se disipa.

Tal como era previsible, la llegada masiva del clan de los Fontaine (la familia y amigos de Bernardo) iba a resultar conflictiva para el abad Esteban Harding, ya que la excesiva influencia de los Fontaine era de sobras conocida en la comunidad, lo que unido a que eran mayoría en el monasterio del Cister, ya que cuando ingresaron Bernardo y los suyos, apenas habían un puñado de monjes, iba provocar una situación que desataría lo inevitable. Pero la solución llegaría poco después, a través de la generosidad del conde Hugo I de Champaña, quien iba a jugar un papel muy importante en la fundación de la nueva Orden de los Caballeros del Temple. El conde Hugo I, donó los terrenos que poseía en Clairvaux, lugar cercano a Dijon, al norte de Lyon, para que Bernardo pudiera establecer allí su propio monasterio. Es así como a partir de entonces, Bernardo de Fontaine, pasará a conocerse como el célebre Bernardo de Claraval (de Clairvaux).

Tres años después del ingreso de Bernardo de Claraval en el Cister (1115), la Orden contaba tan sólo con cuatro abadías, en cambio, a la muerte de Bernardo de Claraval en el 1153, estas cuatro abadías pasaron a ser más de 350, de las que 69 era filiales directas de Claraval, fundadas directamente por Bernardo y levantadas con la ayuda de sus familiares y amigos de la nobleza.

La Orden del Cister se caracterizaría por la continua construcción de templos y monasterios dedicados a "Nuestra Señora" por casi toda Europa, así como entonar el "Salve Regina" al dar por finalizada la jornada, tal como era preceptivo en la Orden. Esta situación hizo que la Iglesia viera a Bernardo de Claraval como el iniciador y promotor oficial del culto a María, si bien, algunos autores vieron en este culto a María una advocación muy diferente a la aparente, ya que no se referiría a María la Virgen, sino a María Magdalena.

LA FUNDACIÓN DE LA ORDEN DEL TEMPLE
SAN BERNARDO DE CLARAVAL Y LA ORDEN DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS

San Bernardo de Claraval
Tras la primera cruzada, culminada con la conquista de Jerusalén en el año de 1099, pasarían a constituirse principados latinos por la zona, como fueron los Condados de Edesa y Tripoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, donde Balduino iba a gobernar como rey.


Según cuentan las crónicas, en el año de 1118, el rey de Jerusalén, Balduino II, daría la bienvenida a un grupo de nueve caballeros franceses, comandados por el noble Hugo de Payens (Payns), quien se ofrecería al soberano para proteger a los peregrinos que acudiesen a Tierra Santa.

Entre los componentes del grupo, se encontraba el que fuese tan generoso con Bernardo de Claraval, al donarle las tierras de Clairvaux para levantar su propio monasterio; nos referimos, por supuesto, al conde Hugo I de Champaña. También le acompañaba el tío de Bernardo, André de Montbard, quien más adelante jugaría un importante papel en la Orden, llegando a ser Gran Maestre de la misma en el año 1153, coincidiendo con el año de la muerte de Bernardo de Claraval.

Fue en dicha fecha del 1118 cuando se produciría la fundación de la "Orden del Temple" y que, en un principio, fue conocida como la "Orden de los Pobres Caballeros de Cristo" (Pauperes Conmilitones Christi), aunque más tarde, pasarían a ser conocidos comúnmente como "Caballeros Templarios o Caballeros del Templo de Salomón" (Milites Templi Salomonis), una vez que fueron instalados en las dependencias del antiguo templo de Salomón en Jerusalén y cuyo lema sería: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros, sino en tu nombre danos Gloria). La denominación más actual y extendida de "Orden del Temple" se produce a través de la traducción del latín al francés. La identidad de los nueve caballeros franceses fundadores de la orden del Temple era la siguiente:

Caballero Templario
 - Hugo de Payens

- Geoffroy de Saint-Omer
- André de Montbard
- Archambaut de Saint-Amand
- Payen de Montdidier
- Geoffroi Bisot
- Gondemar
- Hugo Rigaud
- Roland

No obstante, la identidad de los caballeros que componían la expedición, daría lugar a especular con otros motivos distintos a los manifestados por Hugo de Payens, ya que resultaba demasiado casual que, algunos de los componentes, fuesen familiares o íntimos amigos de Bernardo de Claraval, tal como se ha indicado anteriormente.

Para corroborar esta hipótesis, existen unos documentos muy interesantes, procedentes de unos archivos de la Orden del Temple, que fueron encontrados en el Principado de Seborga, un minúsculo país de unos 14 Kms. cuadrados, situado en el noroeste de Italia, en la región de Liguria, y en donde se relaciona directamente a Bernardo de Claraval con la fundación de la Orden del Temple.

De acuerdo a dichos documentos, Bernardo de Claraval, en el año 1113, habría fundado un monasterio en Seborga, con el propósito de preservar en su interior un "gran secreto", el cual no es especificado. Bernardo dejó como guardianes del secreto a los monjes Gondemar y Rossal, dos frailes que pertenecían al clan de los Fontaine, y que habían ingresado con él en el Cister.

Posteriormente, en el año 1117, Bernardo de Claraval, regresa al monasterio de Seborga y libera de sus votos a los dos frailes, a la vez que les encomienda un nuevo destino: viajarían a Tierra Santa, en compañía de siete caballeros más. Los nombres de dichos caballeros eran:

- André de Montbard (tío de Bernardo de Claraval).
- El conde Hugo I de Champaña (quien le donó las tierras de Clairvaux).
- Hugo de Payens (quien sería el primer Maestre de la orden).
- Payen de Montdidier.
- Geoffroi de Saint-Omer.
- Archambaud de Saint-Amand
- Geoffroi Bisot

Como puede comprobarse, la mayoría de los nombres que aparecen en dichos documentos, coinciden con los nombres citados en los documentos que hacen referencia al grupo que acudió a Jerusalén y fundó la Orden del Temple en 1118. ¿Casualidad?

Los Cátaros

Vista general de Beziers
Es en el siglo III cuando, por primera vez en la historia cristiana, se identifica a una secta cristiana con la denominación de "cataros": se trataría de los novacianos.

Sin embargo, la palabra cataros, del griego "Katharoi" o puros, no iba a volver a hacer referencia a otros cristianos, hasta pasados más de nueve siglos, cuando en el 1163, en Renania, el monje Eckbert von Schönau, lleva a cabo una serie de homilías y citas donde hace referencia a los herejes que por entonces hay en Colonia, de una manera despectiva, utilizando para ello la palabra "cátaros", fruto de un juego de palabras que, en alemán, tendría el significado de "los adoradores de los gatos".

La intención de dicho sobrenombre o apodo, se fundamentaba en los rumores que corrían sobre los cátaros, donde se les acusaba de llevar a la práctica obscenos rituales con gatos. Este apodo tomó fuerza y fue el que popularmente fue utilizado para identificar a esta secta cristiana, quienes a si mismos se hacían llamar como "buenos cristianos" o "els bons homes" (los hombres buenos).

Dentro de la jerarquía cátara, existían tres categorías o grados de iniciación:

- Simpatizantes:
Eran todas aquellas personas que únicamente practicaban el "perfeccionismo". Este rito consistía en realizar tres reverencias y una genuflexión al paso de un Perfecto. Se realizaba con la intención de obtener la bendición del Perfecto y recibía también el nombre de "Melhorament".

- Creyentes:
Cuando los simpatizantes se integraban con mayor fuerza en la comunidad cátara, recibían una pequeña iniciación por parte de los Perfectos. En dicha iniciación de corte esotérico, les eran revelados determinados conocimientos, viéndose obligados a practicar la humildad, a no mentir ni jurar, así como demostrar amor por el prójimo. Periódicamente se sometían a una especie de confesión pública y penitencial, denominada "Aparelhament".

- Los Perfectos y Perfectas :
Entre los cátaros, la mujer disfrutaba del mismo nivel de consideración que el hombre, y el grado de perfecto o perfecta se correspondía con el del obispo católico. El nombre de perfecto o perfecta, no indicaba un adjetivo de superioridad o calificación jactanciosa; todo lo contrario, indicaba una idea de perfección, accesible únicamente mediante una dura iniciación. Los Perfectos y Perfectas, eran los encargados de predicar la doctrina cátara, así como atender a los moribundos, a quienes antes de morir les era administrado el único sacramento cátaro: el "Consolamentum", un sacramento que era el equivalente al Bautismo. El Consolamentum era realizado a través de la imposición de manos, y cuyo objeto era limpiar al moribundo de todo pecado, a fin de alcanzar la salvación. También era posible recibir dicho sacramento sin que el individuo estuviera en peligro de muerte; en este caso, el Consolamentum era otorgado previo acuerdo con el creyente y recibía el nombre de "Convenenza". El creyente que había recibido el Consolamentum antes de morir quedaba libre de pecado y, con ello, evitaba tener que volver a reencarnarse. El creyente que era iniciado para ser Perfecto, antes de poder acceder a dicho estatus, debía recibir el Consolamentum de un Perfecto. Los Perfectos eran reconocidos por sus túnicas de color negro o azul marino, las cuales eran sujetadas a la cintura con una soga.

Entre las particularidades más destacadas de los cátaros, están las referentes a su alimentación. No comían carne de animales de sangre caliente, puesto que creían que en una próxima reencarnación podrían reencarnarse en uno de ellos, a excepción de los peces, que sí estaba permitido su consumo por considerarse animal de sangre fría. Esto propiciaba a que la alimentación principal de los cátaros fuese vegetariana.

Los cátaros practicaban el ayuno y rechazaban el acto sexual con fines de procreación, a fin de no traer nuevas almas al mundo, ya que creían que permanecerían prisioneras dentro de un cuerpo físico y material. En cambio, en su desprecio hacia el cuerpo físico y la carne del cuerpo, aceptaban las relaciones sexuales libres, así como la homosexualidad, ya que pensaban que el espíritu también participaba del disfrute del cuerpo. Como excepción a dicha practica sexual se encontrarían los llamados Perfectos, quienes hacían voto de castidad.

Sentían desprecio hacia la Iglesia Católica así como a sus sacramentos, refiriéndose a la misma como "una cueva de ladrones", debido a las actuaciones y abusos llevados a cabo por los obispos y clérigos de la Edad Media. Rechazaban el culto a la cruz, ya que consideraban que representaba un instrumento de suplicio y no un símbolo de salvación. Aceptaban el suicidio como una forma de liberación del espíritu, por lo que no lo consideraban pecado. A tal efecto, en los momentos más difíciles y adversos, podía llevarse a cabo una práctica suicida, conocida como la "Endura", donde los cátaros morirían por ayuno total voluntario.

LA HEREJÍA CÁTARA
Durante la Edad Media, en el periodo que comprende desde mediados del siglo XII, hasta principios del XIV, y en las zonas del sur de Francia, iba a producirse el resurgir de una nueva herejía que marcaría un antes y un después en la historia cristiana. Se trataría de la herejía cátara o albigense.

Cuando se hace referencia a la palabra herejía, nos estamos refiriendo a una doctrina u opinión religiosa que la Iglesia considera en contraposición a la doctrina Católica. Algunos teólogos van más lejos: y añaden que la herejía es contraria a la verdad revelada por Dios y propugnada por la iglesia.

En el caso de la llamada "herejía cátara" o albigense (en referencia a la ciudad de Albí, Francia), se hace referencia a una doctrina cristiana dualista, es decir, a la concepción que los cristianos de corte gnóstico tenían sobre la naturaleza de las cosas. En tal sentido, y tal como ocurriese con la doctrina maniquea, la deidad era representada mediante dos realidades separadas: el Dios bueno; un Ser Supremo Espiritual Trascendental e Indefinible, y en el otro extremo se encontraría al Príncipe del mundo material o Satán. Según dicha concepción, todo lo que existiese en el mundo sería obra de Satán o el dios del mal, y por tanto, el Dios bueno no tenía responsabilidad sobre los actos cometidos.

De acuerdo a dicha doctrina gnóstica o dualista, los cátaros, tal como ya ocurriera con los maniqueos, no verían a la figura de Jesús como al Dios hecho hombre que propugnaba la Iglesia Católica, sino que ven en Jesús a un ser hipostático (de naturaleza divina y humana). Una criatura de Dios que, lejos de encarnarse físicamente, se presentaría como una alucinación. Motivo que justificaría el que, según dicha creencia, Jesús no llegase a padecer ni a ser crucificado. Esto supondría que los cátaros viesen a Jesús no como un Dios a quien adorar, sino como un maestro espiritual, cuyas enseñanzas serían el camino que ayudarían al hombre a apartarse del apego hacia lo mundano y por tanto, el camino hacia la liberación del espíritu. Este concepto es el que marcaría que los cátaros no viesen a Jesús crucificado como símbolo del cristianismo.

Esta situación provocaría que los cátaros creyesen que el espíritu del hombre se encontraba prisionero del cuerpo material, por lo que, para conseguir la liberación del espíritu, practicarían un estricto ascetismo que les libraría del ciclo de las reencarnaciones.
Anteriormente a la herejía cátara, en el sur de Francia y norte de Italia, durante más de un siglo, había arraigado la herejía bogomila, cuya doctrina no se diferenciaba en demasía de la cátara. Sin embargo, no sería hasta el mes de mayo de 1167 en que se llevaría a cabo el primer concilio cátaro, celebrado en el castillo de Saint Félix de Caraman.

En dicho concilio serían ordenados seis nuevos obispos cátaros o Perfectos, impartiéndose el Consolamentum a una gran multitud de gentes que asistieron provinentes del Languedoc. Es a partir de ese momento que el catarismo ya se encuentra organizado como una Iglesia, constituyéndose comisiones que iban a delimitar los territorios de las diócesis correspondientes a Agen, Albí, Carcassonne y Toulouse.

Sin embargo, años atrás, la Iglesia de Roma ya fue consciente del peligro que para ella representaba el continuo avance que la nueva herejía estaba obteniendo en el Languedoc. Propiciado sobre todo por las propias actuaciones de los clérigos católicos, quienes ofrecían una imagen de abundancia y opulencia, a la vez que predicaban un mensaje de austeridad que ellos incumplían. Por si esto fuera poco, los obispos católicos amenazaban constantemente al pueblo con condenas en el infierno por las faltas más insignificantes; mientras que los Perfectos cátaros mostraban una actitud más optimista, tolerante y condescendiente, a la vez que difundían un mensaje de amor, en la tolerancia y la libertad. Los perfectos cátaros actuaban con total humildad, despreciando lo material y mundano, llegando a rechazar el diezmo impuesto por la Iglesia Católica a los nobles y fieles, otro punto a su favor que las gentes supieron valorar, ya que la Iglesia Católica imponía el pago del diezmo como un deber inexcusable.

A pesar de las persecuciones y castigos sufridos por los herejes cátaros durante ese tiempo, en el que incluso se llegó a ejecutar a varios herejes siendo quemados vivos en la hoguera, la doctrina cátara continuaba en auge. Tanto es así, que la Iglesia de Roma decide enviar a sus mejores oradores a la zona del Languedoc, con el fin de contrarrestar el éxito que estaban obteniendo los Perfectos cátaros. A tal efecto, el Papa Eugenio III, envía a un legado papal y al propio Bernardo de Claraval, quien ante las actuaciones de los perfectos cátaros indica que "la fe es cosa de persuasión y por lo tanto no debe imponerse". Convencido de la correcta actitud de "els bons homes", Bernardo de Clavaral, escribe un informe al Papa donde le confirma: "Nada reprensible se encuentra en su modo de vivir".

Años más tarde, en 1178, en vista de que el catarismo continúa en auge, la Iglesia de Roma, decide dar un escarmiento ejemplar. Así, envía a un legado papal a Toulouse, afín de conseguir una lista de los principales personajes cátaros de la ciudad. A la cabeza de dicha lista aparece el nombre de Peyre Maduran, un notable con gran poder económico, quien además es considerado como el mayor representante de los creyentes cátaros. El legado papal da la orden de apresar a Peyre y es encerrado en los calabozos. Después es obligado a salir descalzo y desnudo de cintura para arriba, mientras es azotado a latigazos durante todo el recorrido que va desde la prisión hasta el atrio de la iglesia de Saint-Sernin. A continuación le confiscan todos sus bienes y es condenado a mendigar durante tres años por Tierra Santa, con el convencimiento de que ante tan dura penitencia, además de su avanzada edad, ya no le sería posible regresar.

Por suerte para Peyre Maduran, los augurios del legado papal no se cumplieron y, de forma casi milagrosa, consigue regresar a Toulouse, después de haber permanecido durante los tres años impuestos en Tierra Santa. Siendo recibido triunfalmente en Toulouse por sus conciudadanos.

Tras los acontecimientos de Toulouse, la Iglesia de Roma, está decidida más que nunca, a acabar con la herejía cátara a cualquier precio. Es así como, en el Concilio de Letrán III, celebrado en el 1179, el Papa Alejandro III, hace una declaración indicando el modo en como habrá que combatir a los cátaros:

"Tomando las armas contra ellos, que sus bienes sean confiscados y se permita a los príncipes reducirles a la esclavitud... A los que luchen para expulsarlos, les perdonamos dos años de penitencia..."

Ahora ya no necesitaba excusas, partir de entonces, la Iglesia Católica actuaría con total dureza y crueldad contra los herejes cátaros.

sábado, 5 de noviembre de 2016

LOS PRIMEROS CRISTIANOS



ORIGEN DEL CRISTIANISMO

Cuando hablamos de cristianismo, damos por sentado que nos estamos refiriendo a la religión cuya doctrina deviene de las enseñanzas de Jesús el Cristo, pero… ¿eso fue así…?

Si hacemos un repaso en la Historia del cristianismo veremos que los primeros cristianos o seguidores de Jesús, mantenían grandes diferencias en sus respectivas doctrinas religiosas, pero sobre todo, las diferencias resultan mayores si las comparamos con las religiones cristianas actuales.

Pero… ¿cómo surgió la definición de cristiano?

La historia del cristianismo primitivo surge a partir de la crucifixión de Jesús, en el año 33 de la era cristiana (aunque Jesús fue crucificado posiblemente entre los 39 y los 40 años de edad).

Recordemos que Yeshúa - Jesús de Nazaret -, (cuyo gentilicio es interpretado erróneamente como natural de la ciudad de Nazaret, cuando en realidad dicha población no existía como tal sino hasta varios años después, ya que a Jesús se le conocía como Yeshúa HaNotzri (nazareno) - Jesús el Nazareno o Nazarita -, en clara referencia a su pertenencia a la secta judía de los nazareos o nazaritas, quienes entre otros votos, tenían el de dejarse el cabello largo, así como la barba), fue condenado por el procurador romano Poncio Pilatos a morir en la cruz, acusado de proclamarse "rey de los judíos", ya que dicha proclamación por parte de Jesús, significaba un claro enfrentamiento al poder del Imperio romano, quien por entonces ocupaba Israel controlando la zona, así como imponiendo al gobernante de turno, por lo que tal atrevimiento por parte de Jesús, debía ser castigado con la pena de muerte.

Por tal motivo, los seguidores de Jesús más cercanos tuvieron que reorganizarse y muchos de ellos huir de Palestina. Tal fue el caso de Myriam de Magdala - María Magdalena - quien además de ser la esposa o compañera (koinonós) y por tanto la reina consorte de Jesús, también estaba embarazada, lo que supondría una continuidad del heredero con derecho al trono de Palestina y por tanto, fuente de mayores conflictos para el procurador romano, así como para el tetrarca de Judea, Herodes Antipas.

Cinco años después de la crucifixión de Jesús, es decir, en el 38 d.C., se producía la conversión al cristianismo de Saulo de Tarso, un fanático y líder religioso hijo de hebreos y que, gracias a haber nacido en Tarso (en la región de Cilicia, situada en la costa sur de la antigua Asia Menor y actual Turquía), disfrutaba de la ciudadanía romana, al igual que su progenitor, lo que le otorgaba una serie de privilegios que no obtendría como simple judío. Su padre, además, le procuró una educación judía bajo la estricta doctrina de los fariseos, lo que le llevó a ser uno de los mayores enemigos y perseguidores de los nazaritas o nazareos (secta judía a la que pertenecía Jesús), debido al odio que les llegó a profesar al no compartir la doctrina y no tolerar los sermones nazaritas cuando predicaban en el templo.

Fue durante una de estas persecuciones a los nazareos y en el camino que llevaba a la ciudad de Damasco, que Saulo dice tener una aparición de Jesús, la cual le hace caer de su caballo (hacía cinco años que Jesús había muerto en la cruz) y a pesar de no haberlo conocido en persona, dice reconocerlo y ser reprendido por Jesús al preguntarle: "Saulo…Saulo, ¿por qué me persigues?". La respuesta de Saulo, a la vez, es muy esclarecedora: "Venciste nazareno".

La palabra nazareno con que Saulo se refiere a Jesús, indica claramente la pertenencia de Jesús a dicha comunidad judía, puesto que él era un fanático religioso fariseo, que hasta entonces sentía odio por los nazareos o nazaritas.

Aquella aparición hizo que Saulo dejase de perseguir a los judíos nazareos, convirtiéndose en uno de los apóstoles más influyentes que después predicarían la venida del Mesías prometido, como la única esperanza y salvación para el hombre, a través de la muerte y resurrección de Jesús, tal como ya había acontecido. Pero para los judíos nazareos, el Mesías prometido, significaba ser el Ungido (el que ha recibido los óleos santos en reconocimiento a su ascendencia sacerdotal y real), el Mesías salvador. Jesús había sido ungido, había muerto en la cruz y había resucitado. Para los nazareos no había duda alguna que Jesús era el Mesías Salvador que los libraría del yugo romano. En cambio, para Saulo, quien a partir de entonces pasaría a llamarse Paulo (San Pablo), la salvación ya se había producido con la muerte y resurrección de Jesús, por lo que el discurso de quien luego sería San Pablo, se diferenciaba del de los otros apóstoles de corte gnóstico, sobre todo, en que la nueva doctrina, el nuevo mensaje consagrado, al que él mismo llamó en griego " Kristos", estaba destinado a todo aquél hombre, rico o pobre, judío o gentil que quisiera aceptarla, diferenciando a un Jesús humano de este nuevo ser al que San Pablo llamó "el Cristo". Esta distinción, así como un discurso diferente al que hasta entonces habían mantenido los apóstoles y seguidores de Jesús, iba a marcar una gran diferencia y distanciamiento. Así fue como a los creyentes en esta nueva doctrina se les empezó a conocer con el nombre de "cristianos". Estos hechos, han permitido ver a San Pablo como el verdadero fundador de lo que hoy conocemos como cristianismo y por tanto, de la Iglesia Católica.
Debido a los diferentes criterios y conceptos expuestos, entre los discípulos y seguidores de Jesús, se producen las primeras discrepancias, como pueden observarse a través de los escritos contenidos en la Biblia y denominados: "Hechos de los Apóstoles" así como en la "Primera carta de Pablo a los corintios" (1- facciones en la comunidad cristiana -1,10-4,21), pero estas diferencias entre los apóstoles y seguidores de Jesús, aún no iban a tener la trascendencia que tiempo después alcanzarían entre los sucesores de los mismos. 


SECTAS CRISTIANAS

Es a partir de la creación de lo que se viene a llamar cristianismo, que se empiezan a producir los primeros enfrentamientos entre las diferentes sectas "cristianas" o seguidores de Jesús el nazarita: por un lado, el inicio de la organización de las diócesis y patriarcados, de las provincias eclesiásticas y de las parroquias. Y por el otro, la difusión del gnosticismo llegaría a su mayor auge.

Esta situación propiciaría el enfrentamiento que ya separaría por siempre a los cristianos paulinos o seguidores de San Pablo, de los cristianos de corte gnóstico, quienes posteriormente serían identificados por la Iglesia Católica con el apelativo de herejes.

Alrededor de mediados del siglo II (aproximadamente en el año 140 d.C.) surgen las primeras diócesis y patriarcados de la Iglesia Católica, a la vez que los primeros cristianos desean conocer más detalles sobre la vida de Jesús, motivando la aparición de diversidad de relatos que, aún cuando algunos de ellos fuesen meras leyendas, la mayoría de ellos hacían clara referencia a las tendencias gnósticas.

Para comprender el motivo que llevó a los cristianos paulinos a rechazar todo escrito o evangelio de corte gnóstico, tendremos que hacer un pequeño repaso por la historia de los siglos I y II y en concreto en lo referente a la "doctrina gnóstica".

Los gnósticos son llamados así en referencia a la palabra griega gnosis, cuyo significado sería "conocimiento". Este conocimiento estaría reservado a iniciados, tal como podemos ver en el evangelio gnóstico de Valentino, un brillante intelectual y teólogo de Roma, quien en los años 140 al 150 d.C. a través de su "Evangelio de Valentino", expuso una singular concepción del mundo material, así como del ser humano en su evolución hacía el camino de la verdadera iluminación y salvación. Esencialmente los gnósticos creían en una deidad dual, representada en dos realidades separadas. La primera, se refería al Ser Supremo del mundo de luz espiritual, trascendental e indefinible, al que también identificaban como el Inefable. La otra realidad, aludía al mundo de lo material y la oscuridad en la ignorancia, donde los seres humanos llevan a cabo su existencia material. Sería a través de la gnosis - el conocimiento - que el ser humano lograría liberarse de los apegos del mundo material, para acceder así al mundo de la luz y la espiritualidad.

Para los gnósticos, la figura de Jesús no representaba al Dios hecho hombre, que llega a sacrificarse muriendo en la cruz, resucitando después, para redimir del pecado a todos los seres humanos, tal como afirmaba la doctrina Paulina, sino que ven en Jesús a un ser excepcional, que lo hacía un hombre espiritual, quien fue dotado de un cuerpo formado con sustancia psíquica, si bien podría ser visto o palpado por los demás, así como sentir el sufrimiento, aunque se libraría de morir, ya que su cuerpo no necesitaría tomar nada de la materia, de la cual nada podría salvar, y quien se presenta como el revelador y portador del conocimiento (gnosis) que les indicará el camino de la salvación a través del espíritu.

Debido al gran auge que el gnosticismo fue adquiriendo en esos momentos, muchos otros prelados eclesiásticos, vieron en estos otros cristianos de corte gnóstico un real peligro para La Iglesia, lo que provocó duros enfrentamientos entre cristianos de una u otra tendencia y que concluyó años más tarde en la persecución de los que serían llamados herejes.

Una prueba de lo anteriormente expuesto, lo encontraremos en los escritos del obispo San Ireneo de Lyon (189 d.C.), en el tratado "contra las herejías", cuyas ideas influirían con mucha fuerza en la elección de los Evangelios que más tarde (Concilio de Nicea en el 325 d.C.) serían reconocidos como "inspirados por Dios", es decir, los cuatro Evangelios Canónicos: Marcos, Mateo; Lucas y Juan; al recomendar su exclusiva lectura, así como rechazar y destruir personalmente otros evangelios de corte gnóstico o apócrifos, como el célebre Evangelio de Judas, del que únicamente se tenían noticias de su existencia, gracias a la referencia que del mismo hace Ireneo de Lyon en su tratado, y el cual no fue descubierto hasta 1978 d.C. por unos campesinos de la localidad de El Minya, en Egipto.

El peligro real del gnosticismo en los siglos I al III, para la Iglesia Católica, ha sido incluso confirmado por el actual Papa Benedicto XVI, quien en una entrevista concedida a Meter Seewald, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, y a la pregunta de si la crisis actual de la Iglesia constituye el mayor desafío que ésta ha tenido que afrontar desde sus inicios, el entonces Cardenal Ratzinger, responde que: "El gnosticismo fue, en efecto, uno de los grandes retos que se hubo de afrontar, ya que originaba una progresiva y lenta deformación en el interior de la Iglesia y en el culto, con la creencia en otras ideologías, mitos e imágenes, que progresivamente fueron debilitando la fuerza de toda la Iglesia sin que apenas se notara...".

Como es sabido, el movimiento gnóstico terminó practicándose en la clandestinidad durante varios siglos y la mayoría de los escritos fueron perseguidos y destruidos.

Las doctrinas cristianas consideradas heréticas por la Iglesia Paulina fueron en aumento, y ya no se trataba solamente de la gnosis implícita en los primeros evangelios apócrifos, aceptada cada vez más por una gran mayoría de creyentes y seguidores, sino que las discrepancias existentes entre las diferentes doctrinas cristianas, se debían en su mayor parte, a matices de distinta interpretación de los textos sagrados.

Así tendríamos que entre las primeras doctrinas cristianas consideradas heréticas y que emergen entre el II y III siglo d.C., aparecen como las más representativas las conocidas con los nombres de: Milenarismo, Montanismo y Monarquianismo.

El Milenarismo se consideraba una doctrina cristiana, calificada como herética por la iglesia Paulina, según la cual, Jesucristo, volvería a la Tierra en una segunda venida y cuyo reinado duraría mil años, antes de que se produjese el combate final contra el Mal, donde el Diablo sería condenando a no tener potestad alguna sobre la Humanidad por toda la eternidad. En dicho tiempo se produciría el Juicio Final.

Esta doctrina milenarista se mantuvo durante varios siglos y aún hoy día podemos observar como existen diversos grupos (iglesias evangélicas fundamentalistas) o sectas religiosas cristianas que, de alguna manera, siguen creyendo en el Juicio Final y los signos de los últimos tiempos de los que se hablan en el Apocalipsis de San Juan, de una manera similar a como lo entendían los milenaristas, existiendo diversidad de personajes que se presentan como profetas que anuncian el final de los tiempos y la nueva llegada de Jesucristo como el Salvador de la Humanidad.

Otra figura que aparece en el Apocalipsis de San Juan y a la que aún hoy día se le ha intentado identificar con determinados personajes de cierta relevancia a nivel mundial, es la alusión que se hace al falso Mesías, a quien también se le identifica como el Anticristo.

Durante toda la historia del Cristianismo, diferentes escritores eclesiásticos, han intentado identificar al Anticristo con determinados gobernantes o incluso papas, como fue el caso del emperador romano Nerón, a quien inicialmente se le suponía iba dirigido el calificativo, o en las manifestaciones que hiciera Martín Lutero, reformador religioso alemán, en cuyas enseñanzas se inspiró la Reforma Protestante, y quien identificó a la figura del Papa con el Anticristo.

La doctrina del milenarismo produjo que, en la época correspondiente a la Edad Media y Edad Moderna, apareciesen gran cantidad de "profetas", sobre todo frailes, quienes anticipaban la nueva llegada de Cristo de acuerdo al Apocalipsis de San Juan. Entre las profecías más impactantes y que aún hoy día son objeto de estudio y análisis, tenemos las Profecías de San Malaquias, unos textos publicados en 1.595, si bien fueron escritos durante el siglo XII, por el que fuese arzobispo católico de Irlanda, San Malaquías, quien además, fuera íntimo amigo de San Bernardo de Claravall, el fundador de la Orden del Cister y promotor de la Orden de los Caballeros Templarios. De estas profecías, la más famosa es la conocida como Profecía de los Papas, sobre todo por su carácter apocalíptico, ya que fija la fecha en que debería producirse el fin del mundo, mediante una larga lista de 111 papas (incluidos los llamados antipapas), cuyos nombres son identificados a través de alusiones alegóricas, frases o lemas con los que son reconocidos y que van desde el Papa Celestino II (1143 - 1144), hasta el que sería el supuesto último Papa, y al que identifica con el nombre de "Pedro el romano" y que algunos sugieren pueda tratarse del Papa siguiente al que actualmente ocupa la silla de San Pedro, Benedicto XVI.

Pero la facultad de profetizar no iba a limitarse solamente a los creyentes milenaristas. Así, coetáneamente a éstos, apareció el movimiento conocido como montanismo, un movimiento cristiano considerado herético por la Iglesia Paulina, fundado en el Asía Menor, en la región de Frigia (actualmente en Turquía) durante el siglo II por el autoproclamado profeta Montano, un ex sacerdote de la diosa Cibeles, convertido al cristianismo, quien con la colaboración de dos profetizas, llamadas Maximila y Priscila (quienes abandonaron a sus respectivos esposos para unirse a Montano), anuncia el inicio de una nueva era en la Iglesia Cristiana, a la que denomina "Era del Espíritu", por estar auto-convencido de que ha sido elegido y enviado directamente por el Espíritu Santo.

Los montanistas anunciaban una segunda venida de Cristo de forma inminente, por lo que un alejamiento del estado de gracia, al producirse un pecado mortal, no podría ser redimido. Entre las particularidades más extremas de dicho movimiento religioso, estaban las de rechazar las segundas nupcias, ya que consideraban que el segundo matrimonio ya no era un sacramento, sino otra oportunidad de obtener placer; imponer la práctica del ascetismo y lo que resultaba más extremo: no eludir en ningún caso la persecución de que eran objeto por entonces los cristianos, por parte de los romanos, aceptando de buen grado el martirio.

Esta situación de persecución por parte del Imperio Romano contra los cristianos, provocó que el movimiento montanista ganase adeptos entregados sobre todo a la anunciada segunda venida de Cristo y final de los tiempos, por lo que desechaban todo lo mundano. Dos años después de la muerte de Montano, alrededor del año 177 d.C., la jerarquía de la Iglesia Paulina, viendo el gran potencial de adhesiones que estaba obteniendo el montanismo, excomulgó a todos los miembros de dicho movimiento, pasando a ser una secta cristiana separatista de la Iglesia Paulina. A pesar de ser un movimiento que alcanzó gran influencia, en el siglo VI se extinguió por completo.

El monarquianismo sería la doctrina cristiana considerada también herética por la Iglesia Paulina que se oponía al dogma de la Trinidad, ya que no reconocía más que a una única persona en Dios, considerando que Jesús era un ser humano, aunque emanado del Dios Padre, lo que justificaría y haría aceptable su nacimiento sobrenatural de la Virgen María.

Dentro del monarquianismo o monarquismo, coexistían tres variantes:

- Los modalistas, quienes creían que la Trinidad formada por el Padre, Hijo y Espíritu Santo, en realidad era la manifestación de Dios como una única realidad divina, por lo que Jesucristo pasaría a ser otra entidad enviada por Dios ( encarnación del Logos divino) para transmitir su mensaje.

- Los patripasianos, quienes afirmaban que era el mismo Dios Padre el que se encarna, sufre y padece en la cruz.

- Los adopcionistas, quienes afirmaban que Jesús era un hombre, un ser humano normal quien sólo recibió el Espíritu Divino, y por tanto, elevado a una dignidad similar a la de Dios, una vez que resucitó y ascendió a los cielos.

Además de las herejías ya mencionadas, así como otras que abordaremos más delante de forma separada, en el siglo III se iba a producir otro tipo de confrontación; en este caso, nos referiremos a las escisiones o cismas producidos dentro de la misma Iglesia, debidos en su mayor parte a un desacuerdo en el rigor y las aplicaciones de las penitencias.


EDICTO CONTRA LOS MANIQUEOS Y PERSECUCIÓN DE LOS CRISTIANOS

La situación de agitación política, así como las convulsiones que se estaban produciendo en el Imperio Romano, iban a acarrear graves consecuencias para el mundo cristiano. Es por ello que, en el año 297 d.C., el emperador Diocleciano , quien había accedido al poder en el año 284 d.C., promulga un edicto contra el maniqueismo , una nueva doctrina gnóstica, fundada por Mani , que estaba tomando gran auge y a la que el emperador Diocleciano ve como un peligro para la estabilidad del Imperio Romano, ya que, lo novedoso en cuestión de religión no estaba bien aceptado por los romanos, tal como justificaría Diocleciano en su Edicto contra los maniqueos, por ser "religio nova et inopinata" y sobre todo, porque provenía de Persia, el país enemigo "de Persica adversaria nobis gente progressa", lo que sin duda representaba una de las principales causas al decir: "surgió de nuestra enemiga, la nación Persa, por lo que es de esperar que sus sectarios hagan todo lo posible por corromper, con sus abominables costumbres e infames leyes, la natural inocencia y prudencia de la nación romana", además de que, para Diocleciano, se trataría de una cuestión totalmente política, ya que, tal como afirmó, cualquier novedad en materia religiosa, representaría una subversión del orden establecido, sin tener en consideración las diferencias doctrinales que pudiesen existir entre las diversas religiones o sectas cristianas.
Busto de Diocleciano


Las penas que se aplicaron fueron muy duras, sobre todo a los máximos representantes y seguidores más cercanos, llegando a imponérseles la decapitación y a morir quemados en la hoguera.

Los maniqueos eran dualistas, tal como indicaba la doctrina gnóstica, creyendo que el espíritu existente en el hombre pertenecía a Dios, mientras que el cuerpo físico pertenecía al demonio, por lo que dicha situación provocaría una eterna lucha entre los dos principios que se oponen, el bien y el mal, y que eran asociados a la luz, en el caso del bien, (identificado también con el nombre del dios persa Ormuz) o a las tinieblas, en el caso del mal, (identificado en este caso con el dios del mal, Ahrimán). Por tanto, según la doctrina del maniqueismo, Dios era el creador de todo lo bueno y Satanás sería el creador de todo mal.

Esta convicción, llevaba a los maniqueos a creer que el espíritu del hombre se encontraba prisionero del cuerpo físico o material, por lo que estaban convencidos que sería necesaria la práctica de un estricto ascetismo, con el fin de conseguir la liberación del espíritu atrapado en el cuerpo físico o material. A tal efecto, despreciaban todo lo mundano, incluyendo el cuerpo físico o material del hombre. Mani basaba su nueva doctrina, en la creencia de que la salvación podía lograrse mediante la educación, la negación de uno mismo, el ayuno, el vegetarianismo y la castidad.

Los maniqueos se distinguían entre "oyentes" (los adeptos más próximos) y los "elegidos" (el grado superior). Creían en la reencarnación, y esta se produciría de forma sucesiva hasta que el "oyente" se reencarnase como "elegido", momento en que ya no sería necesario volver a reencarnar.

Para los maniqueos, Jesús era el hijo de Dios y a diferencia del dogma de la Iglesia Católica, él había venido a la Tierra para salvar su propia alma, ya que tanto Jesús, como Buda y otras muchas figuras religiosas, habían sido enviados a la Tierra para ayudar a la humanidad en su liberación espiritual. La doctrina dualista y la no aceptación de Jesús como Dios hecho hombre, sería la mayor herejía por la que la Iglesia Católica condenaría al maniqueismo.

Busto del emperador Constantino I El Grande

Pero Diocleciano no iba a contentarse solamente con la condena y persecución de los maniqueos, por lo que seis años después, el 23 de febrero de 303 d.C., lanza el primero de una serie de edictos y disposiciones contra los cristianos, en el que se ordena la clausura de la totalidad de las Iglesias cristianas y la confiscación de los libros sagrados, así como de los cementerios cristianos y demás propiedades. A partir de ese momento, daría comienzo la que iba a suponer la última y una de las mayores y más crueles persecuciones cristianas llevada a cabo por Roma.

Durante el transcurso de todo el año de 303, las penas fueron cada vez más duras, si bien, Diocleciano, aún no había contemplado la pena capital para los cristianos. Es a partir del siguiente año, en la primavera del 304 d.C. cuando Diocleciano, emite un cuarto y último edicto por el que los cristianos son obligados a realizar públicamente un sacrificio y ofrenda a las divinidades romanas, mediante una libación (ofrecer vino o aceites a los dioses romanos, vertiéndolo sobre el altar) bajo pena de muerte para quien no lo hiciere. De esta manera, Diocleciano, convertía un tema religioso, en un asunto político y de estado, con lo que le resultaba más fácil justificar la persecución cristiana, ya que en la época en que se llevó a cabo, la religión cristiana ya estaba muy extendida y aceptada entre los romanos, así como entre familias muy influyentes.

EDICTO DE MILÁN

Una década después de la cruenta persecución de que fueron objetos los cristianos por parte de Diocleciano, llegaría lo que se vino a llamar la Paz de la Iglesia, un periodo en el que, el propio emperador romano, y que no era otro que Constantino I el Grande , iba a oficializar al cristianismo. Veamos como ocurrió.

La renuncia de Diocleciano en el 305 d.C. del cargo de augusto de Oriente, tal como había sido establecido en la tetrarquía, una vez cumplidos los 20 años de mandato, obligaba también a que renunciase al cargo el otro augusto de Occidente, Maximino.

Cuando ambos abdicaron, les sucedieron al trono los dos cesares que habían sido nombrados a tal efecto, por lo que Diocleciano fue sucedido por el cesar Galerio y a Maximino le sucedió Constancio Cloro en el Imperio de Occidente. No obstante, Constancio falleció al cabo de un año (julio del 306) debido a una enfermedad que contrajo durante una expedición contra los pictos en Caledonia (actual Escocia), por lo que le sucedió en el cargo su hijo Constantino, al ser aclamado por las tropas leales a su padre como augusto (emperador), en vez de sucederle el cesar Severo II, tal como había sido dispuesto por los emperadores. A partir de ese momento y durante 18 años, Constantino, se enzarzó en diferentes batallas, con el fin de consolidar, por un lado, su posición de co-emperador junto a Galerio, y más tarde, luchando por conseguir la jerarquía única de un Imperio Romano reunificado. Fue así como, en el año 312 d.C., en la célebre batalla del puente Milvio, se impone a Majencio, (el cesar que había usurpado el trono a Severo II, después de varias conspiraciones) haciéndose con el control de Roma. Ya sólo le faltaba obtener el control de la otra mitad del Imperio, la que estaba bajo el mando de Licinio, y que conseguiría por fin en el año 323 d.C. en la batalla de Adrianópolis. Ya desde ese momento, hasta el día de su muerte, producida el 22 de mayo de 337 d.C. en Ancycrona (actual Turquía), Constantino, ejercería como único emperador.

En junio del año 313 d.C. los emperadores de Oriente y Occidente, Licinio y Constantino, se reúnen en Milán y acuerdan promulgar un edicto, al que se conoce como Edicto de Milán o La tolerancia del cristianismo. En dicho edicto, se establece la libertad de religión en el Imperio Romano, por lo que se da por finalizadas las persecuciones que hasta entonces se habían producido contra los cristianos u otras sectas religiosas.

El edicto de Milán supondría por fin el reconocimiento oficial del cristianismo, permitiendo la expansión de la que posteriormente vendría a llamarse Iglesia Católica, a la que devolvió todas las propiedades confiscadas durante la persecución y que habían sido vendidas a particulares, lo que iba a producir, además, profundos cambios en el seno del Imperio Romano. Las copias de las constituciones imperiales de Constantino y Licinio, traducidas del latín al griego dicen:

"Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión..." "...que a los cristianos y a todos los demás se conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle".